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lunes, 26 de septiembre de 2011

Despertar los pueblos originarios o indígenas

Nuestra Palabra, Editorial Radio Progreso, 24 de septiembre


Los pueblos originarios, o indígenas como solemos llamarlos comúnmente, han sido víctimas, y siguen siéndolo, de la discriminación racial, de marginación y de exclusión social. Siete de cada diez mujeres indígenas en nuestro continente viven mal nutridas mientras unos veinte millones de niños y niñas padecen de desnutrición y hambre. Muchos pueblos están en peligro de extinción, y muchas comunidades desaparecen porque las mejores mentes y manos emigran de sus lugares de origen, con el agravante de que la inmensa mayoría no regresa nunca más.
El desprecio hacia los pueblos originarios se hace presente en un lenguaje cotidiano que parece inofensivo, poro que expresa una raíz profunda de racismo, como cuando a las etnias indígenas las tratamos con el diminutivo de “inditos”, o cuando reprobamos el comportamiento de alguien diciéndole que se está portando como si fuera “indio”.
Cuando hay que sacar pecho porque somos una sociedad con rasgos indígenas, organizamos los llamados cuadros de danzas para que bailen el xique, sabiendo que jamás será un baile popular, porque, ¿quién puede decir que ha visto a alguien bailar el xique en una fiesta bailable o en una discoteca? Destacamos unas ruinas de antepasados indios, mientras maltratamos y marginamos a los indios e indias de carne y hueso.
El racismo está muy camuflado en nuestro lenguaje: en lugar de decir que los garifunas son negros, les llamamos “morenos” y en lugar de llamar comunidades de negros, les llamamos “morenales”. Al español o al inglés le llamamos “idioma”, pero si se trata de la lengua de los indígenas o de los negros, les llamamos “dialecto”, con un claro deje de inferioridad en relación con las “auténticas” lenguas. Todo esto es un modo de expresar el racismo que existe en nuestra sociedad, y que nos sale de muy diversas maneras.
El racismo es ese mal que sitúa a unos sectores de la sociedad por encima de otros, y particularmente es el tratamiento de inferioridad y desprecio que desde la cultura occidental dominante expresamos hacia los pueblos originarios o indígenas. De manera que es normal que llamemos religión al cristianismo, mientras calificamos de superstición o hechicería a las creencias y rituales indígenas.
En los últimos tiempos estamos siendo testigos de un despertar creciente de la lucha política, social y cultural de los pueblos originarios o indígenas. Los movimientos indígenas en Bolivia y Ecuador han logrado tal ciudadanía que sus luchas han culminado en triunfos electorales que han llevado a presidentes como Evo Morales de Bolivia a la presidencia, y desde esa responsabilidad convertir las luchas y demandas indígenas en políticas de Estado. Algo parecido se puede decir de la lucha de los movimientos indígenas en el Ecuador.
Existe un fuerte despertar de los pueblos indígenas. Pero son todavía luchas segmentadas. Muy importantes, pero dispersas. Queda mucho andar para que las luchas de los pueblos indígenas alcancen articulación, y sus movimientos sociales se articulen a su vez con otros sectores populares en torno a demandas culturales, territoriales, económicas y políticas, para avanzar hacia la construcción de una sociedad y de un Estado multicultural, multiétnico, anti racista, democrático e incluyente.

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