La sociedad feudal era rígidamente estratificada, brutalmente represiva; el comando ideológico había delimitado zonas prohibidas selladas por el dogma hasta donde no podía penetrar el espíritu investigador del hombre.
Los filósofos de la Ilustración habían llegado a la conclusión que aquella sociedad era injusta y que había que transformarla porque la gente vivía una vida de desventura y opresión; bajo su sombra ni la libertad, la felicidad, o la igualdad podrían prosperar.
La educación, concluían, será la encargada de transformar la sociedad para que en ella resplandezcan los ideales que más tarde se encarnarían en la Revolución Francesa y en la Revolución de Independencia de los Estados Unidos.
Pero ojo advertían, no se trata de cualquier tipo de educación, porque el antiguo régimen también educa: tiene universidades, escuelas, academias e institutos donde se enseña hasta una frontera: la delimitada por los intereses dominantes de la Iglesia, los señores feudales, la monarquía absoluta.
¿De qué tipo de educación se trata entonces?; de la educación para la libertad, para la igualdad y la fraternidad; no sólo se trataba de mejorar la enseñanza de la matemática, la física, la química que lógicamente era necesario; se trataba de algo estructural: formar un hombre nuevo para fundar la nueva sociedad; un hombre capaz de estructurar un progresista modelo productivo fundamentado en el capital y el trabajo libre y rescatado del oscurantismo y la superstición que embrutecen.
Los señores Pepe Lobo y Orlando Hernández, quieren hacer reforma educativa y la fuente de donde manan sus emociones “transformadoras” hoy viene representada no por un filósofo de la educación o un humanista, sino por un empresario político de las tendencias más ultraconservadoras de los Estados Unidos: Jeb Bush a quien escuchan alelados.
La “reforma” que intentan bajo la batuta de Bush y otros sujetos similares, no se asienta en ningún modelo educativo trabajado con filosofía, sentido histórico y espíritu liberador, sino en uno escrito con letra fina y pragmatismo expansionista en los viejos protocolos de la dependencia.
Definitivamente no podrá ser ésta una reforma educativa con los valores de la independencia y el honor nacional, ni una para integrarnos al mundo globalizado con capacidad tecnológica, sostenibilidad y solidaridad humana.
El viejo régimen también educa: desde ya y conociendo el barro de quienes con prisa la están impulsando, los forjadores de las ciudades alquiladas, vislumbramos un régimen educativo no para la sociedad democrática, sino para afianzar la dependencia.
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