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miércoles, 8 de junio de 2011

El cóctel del poder " Héctor A. Martínez "

Con la llegada de Manuel Zelaya a Honduras, termina otro capítulo de la telenovela que mantiene en vilo a la sociedad hondureña. Lo que presenciamos aquel sábado, no fue más que a la democracia enferma de cáncer, después de una sesión de quimioterapia. La añagaza del espectáculo daba a entender que aquel “bouquet” de políticos representaba el triunfo de la izquierda latinoamericana, reunidos ahí para lavar la deshonra y ratificar que, contra ellos, no caben las afrentas. Sin embargo, aquel premio a medias, aquella degustación de victoria momentánea, habrá que verla de otra manera: la presencia de esos miles que estuvieron reunidos en aquella plazuela, más los “regados” por todo el país, tiene un significado más allá de lo que los líderes de la Resistencia puedan o quieran imaginar. Pero sería estúpido desdeñarla. Por otro lado, la gente quiere cambios concretos, no importa de dónde vengan. Esos miles de entusiastas seguidores o protestantes, cifran sus esperanzas en un mañana mejor; y por ese mañana promisorio, se suman a las manifestaciones, porque no les importa si la gasolina provendrá en cisternas venezolanas o si las medicinas las donarán los gringos. Tampoco les importa si el empleo lo abre el capitalista explotador, como pintarrajean en las paredes del centro comercial. No creen –ni les importan-, en los cuentos revolucionarios ni marxistoides; ni en el cacaraqueado Socialismo del Siglo XXI: son personas que quieren empleo, salud y educación de primera. Seres humanos de carne y hueso, no estadísticas macroeconómicas, que deambulan por las calles de Dios en busca del pan del saber; del que se come o del que ofrece Dios Nuestro Señor. No entienden de fórmulas ni esquemas: Lo de Chávez, lo de “Mel” o que si la reelección va “en combo” con la Constituyente, no es algo que preocupe al hondureño profesional de clase media ni mucho menos al desempleado que no tiene nada que llevarse a la boca. La gente quiere cambios, así provengan de Donald Trump o de Hugo Chávez. Mientras el ciudadano demanda calidad de vida, el político trata de ofertar otra cosa.

Lo del 28 de junio reveló que el político del siglo XXI está resuelto a aumentar su cuota de poder amparado en las ideologías de antaño y en la mezcla de conceptos y doctrinas: ora puede estar hablando de socialismo; ora recubre el discurso con tintes de Humanismo Cristiano o se declara de centro-izquierda pero amante de la doctrina social de mercado. Mete en la licuadora consignas y creencias morales, y hasta asegura tener la verdad de su lado. Su discurso se envuelve con ideologías porque éstas, encubren la verdad concreta. Los artificios doctrinales son meros ornamentos que disfrazan las verdaderas intenciones del caudillo que pretende quedarse en el poder.

En el enredo lingüístico de los políticos “maromeros” ha caído de todo: académicos; periodistas; escritores y profesionistas de toda suerte que han flameado la rojinegra, escondidos o en el café del mall, sin intervenir en las “gaseadas” del ayer ni atreverse a vociferar en los foros, más bien que en la comodidad del hogar. Su razón moral sumada a su sed de justicia o al hambre, les ha hecho ceder a las tentaciones de los políticos que proponen el consabido cambio social. Eso es exactamente lo que la gente quiere que salga de la boca de aquellos.

Detrás de la niebla discursiva, aparece el populismo con sus máscaras de autoritarismo, de caudillismo y en alguna medida de socialismo. Viene acompañado de todo un cóctel de ideologías anarquistas, nacionalistas y hasta indigenistas que promueven el odio hacia la clase imperante. Esa vaguedad ideológica y doctrinaria, mantiene confundida a la población, que no logra visualizar la ubicación ideológica del político de marras. Es el mismo político que ahora ha perdido la brújula que antaño lo encarrilaba a definirse como hombre de derechas o de izquierdas. Hoy en día, lo ha cambiado todo por un arcoíris doctrinario; meros discursos que recubren las verdaderas intenciones de quedarse en el poder por la vía electorera, utilizando los artilugios del plebiscito y el referéndum.

Las vagas propuestas de los políticos que no terminan de definirse, amenazan con retrasar aún más, la deprimida economía hondureña, porque el blanco de las ofertas no es el avance de la sociedad hacia la prosperidad y el crecimiento sino el poder como un fin principesco. Para el legislador hondureño, la política es la prioridad que antecede al reordenamiento de la sociedad, dejando las urgencias del público para una posteridad que jamás llegará. Esa es su lógica y su visión, mientras los hondureños se desangran en las calles o mueren en los hospitales sin medicinas.

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