Han pasado 13 años desde que inicié esta profesión, ahora tan odiada. En estos momentos nadie concibe a un maestro que piense en su jubilación, pensión, menos un salario digno. Todos desean vivir cómodamente, tener dos autos estacionados frente a la casa, viajar y disfrutar de todas las comodidades de la vida. Quienes se han dedicado a una carrera más lucrativa, siguen asumiendo la sentimentaloide idea de los tiempos de mi mamá –cuando les decían “señorita” a las maestras, incluso si estaban casadas– y que se contentara con un frugal almuerzo de tortilla dura, igual a la famosa Maestra Escolástica de nuestros viejos libros de lectura.
Pero, ¿y los seres humanos por los cuales logramos todo lo que tenemos? ¿Qué hay de los maestros que de una u otra forma influyeron para que lográramos ser lo que somos?
El que es docente, desde que está en las aulas, recibe de sus formadores la advertencia: Jamás serán ricos siendo docentes, quizá vivan con algún acomodo. La mayoría de los maestros estamos endeudados. Esas máximas nos acompañaron mientras transcurrimos ese largo camino, de trabajar media jornada y estudiar en la otra. Para seguir engrosando la estadística de que el alumno promedio de la Universidad Pedagógica, se tarda de 5 a 8 años en egresar.
Todas mis profesoras se definen con algo especial. Debería hablar de casi todas, como la profesora Mina, que me dijo que yo era “uñas escondidas”, mientras me sacaba el polvo de mis pequeños lomos. Dos mujeres de mi familia, individualmente, tienen un aula dedicada a su nombre, y mientras escribo, frente a mí está colgado un reconocimiento a 32 años de labor como docente. No es mío aunque soy maestra. No tengo aulas ni nada enmarcado. A veces me conecto a esta metrópoli virtual y alguno o alguna de mis alumnas me saludan con mucho cariño, igual los encuentro en la calle o me llaman por teléfono.
Siempre creo en los que fueron mis alumnos, sé lo grandes que son y lo enormes que llegarán a ser. Sentimentalmente –diría–, ya llevo un galardón cuando afirman que me recuerdan con cariño.
Recuerdo a mi profesora Sonia, de la escuela “Estados Unidos”, fue mi primera maestra de Letras, era una señora de cabello corto y rojizo. Usaba lentes y era de tez clara; de carácter muy estricto. No recuerdo mucho de ella, sólo que para septiembre ya mi velocidad en lectura tenía récord y una madrina, mi profesora Sonia.
A veces me pregunto si llegué a ser algo significativo en la vida estudiantil de los chicos y chicas que tuve bajo mi cargo. ¿Habré logrado el objetivo de formarlos? Aunque a veces me odiaran porque era exigente. Esos –creo–, son los que me ven en la calle y no me hablan.
Profesora Ilse Ivannia, sé que a sus 59 años usted andaba defendiendo su derecho a jubilarse. Entiendo su temor, de llegar a esa edad y no saber cómo sobrellevaría su vejez. Los jóvenes, de 20 a 30 y aún los de 40, no piensan que pudiera ser tan importante. Cuando se es joven no se desea complicar la vida pensando de qué se vivirá, y lo mejor será aceptar que su muerte ha sido “una contingencia”, una “chiripa”. Desde esa palabra, profesora que dedicó su vida a los niños y niñas de nuestra Honduras, le hacen un demérito a su labor y a su presencia. Contingencia sería si usted hubiera sido una turista morbosa de la “encerrona” que le daba la policía a los maestros. Contingencia, si usted se dirigiera al mall a tomarse un maquiatto doble café con sus amigas de la chacota. Profesora, contingencial sería si el Inprema, desde hace años, no fuera la gallinita de los ladrones de turno.
Unamuno, profesor, escritor y filósofo, entendía muy bien la batalla contra las fuerzas oscurantistas de los poderosos, y de allí la aceptación de Unamuno, de que el triunfo no se acompaña de los sabios, pero que estuviera siempre en sus mentes, que con valentía, aún abatidos, aún en la muerte, las conquistas de los violentos son perennes.
"Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión.", Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha..." (Miguel Unamuno).
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