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sábado, 26 de marzo de 2011

La Zona de Gases hace posible una ética para periodistas " Gustavo Zelaya "


A casi ochocientos metros de la Zona de los Gases vivo con mi amada familia inmediata, cerca del peligro están mis hijas y miles de resistentes, en esta querida y descuidada Tegucigalpa, en donde están pasando situaciones dolorosas y ejemplares. Por ahí están las sedes de varios colegios magisteriales y las instalaciones del Instituto de Previsión Magisterial. Por todo el país y desde aquí la vanguardia de la lucha popular, el magisterio organizado, ha estado librando una fuerte lucha contra el abuso y la injusticia de un régimen represor. Una lucha que no sólo se relaciona con la defensa de los derechos de un gremio sino que también representa los intereses fundamentales del pueblo hondureño, que aspira construir una patria más justa y equitativa. Acciones heroicas y múltiples riesgos son parte del comportamiento de los que ocupan y resisten desde la Zona de los Gases. Algunos sucesos parecen reeditar al golpe de estado del 2009 y confirman también que el gobierno actual es heredero directo de la ruptura constitucional y que pretende superar la ferocidad de los golpistas.



Se ve, por ejemplo, la brutalidad de las fuerzas represivas, su odio contra el movimiento magisterial, las incansables y valientes demostraciones de los jóvenes y las mujeres contra la demencial represión, el gran papel que desempeñan los distintos grupos defensores de los derechos humanos y la prensa de siempre, casi sin cambios, unos pocos resueltamente colocados del lado del pueblo, reporteros, periodistas y camarógrafos exponiendo su vida para mostrar la verdad de lo que ocurre y los medios tradicionales en manos de la oligarquía golpista silenciando la protesta, difamando al magisterio y mintiendo en todo momento, esa prensa que dice ver a cuatro gatos en la protesta y nunca va a querer contar bien lo que ocurre. En ese espacio social de la noticia las paredes vuelven a convertirse en otro medio en donde se expresa la voz popular.



Mencionar, interpretar y señalar las causas y consecuencias políticas y sociales de este movimiento es responsabilidad de todos, hoy me abstengo ya que otros lo hacen mejor y con más propiedad. Esta vez quiero referir algo necesario y vinculado con el trabajo de los periodistas, es la conducta, la actitud y la forma con que han tratado la lucha magisterial. No se trata de imponer un modo de actuar ni forzar un procedimiento para cada caso, tampoco de pontificar desde lo alto y de imponer un absoluto incontaminado. Es difícil señalar a alguien de ese gremio que no esté inclinado hacia algún lado y que se crea objetivo en el problema. La supuesta objetividad siempre me ha parecido bastante sospechosa y la historia del gremio indica mucho, en especial por los lazos que se crean con la empresa privada y con el gobierno; durante mucho tiempo han sido complacientes, manipuladores, y esperando del gobernante de turno un contrato de publicidad o un boleto de avión para acompañar al líder en su sacrificado trabajo por la patria. Muchos han sido de ese estilo. Aquí apenas voy a intentar mostrar algunos aspectos, muy parciales, relacionados con la llamada ética profesional y que se muestran entre la nube de gases que envuelve nuestra ciudad de la furia. La terrible y conservadora Tegucigalpa.


Al hablar de ética en el periodismo hay que mencionar unas normas que se establecen para ejecutar en su provecho individual y social un oficio que se practica públicamente. Esa profesión obliga a tomar posición ante sí mismo y frente a la sociedad; implica ser competente y reunir las capacidades requeridas que lo califican como persona apta para su eficiente ejecución. Esto conduce a asumir una actitud personal frente al conflicto permanente entre el egoísmo y el desprendimiento por el bien común; entre el consumismo y la ayuda desinteresada. Exige definirse frente a una u otra posición, es decir, nos hace responsabilizarnos, dignificar o desacreditar la profesión. Uno escoge, entonces, superarse continuamente o apegarse a la rutina; ser creativo mejorando servicios y productos o caer en el conformismo, el mercantilismo y en la pereza mental que nos lleva a la mediocridad.



Se trata, entonces, de responsabilidad hacia sí mismo y frente a los demás. Pero hay una característica esencial y que las contiene a todas: el amor a la profesión. Estas características hacen que el profesional tenga una mayor responsabilidad que la de otro ciudadano común, por los conocimientos y la capacidad adquirida. Tal calidad obtenida lo obliga a ser ejemplo de sus funciones, en su práctica, en la difusión de las ideas y por tener una formación humanista. Esto plantea un objetivo fundamental: actuar humanamente, cuestión que lo convierte en un servidor público poseedor de unos derechos reconocidos por la ley, y unos deberes respecto a la sociedad que demanda un buen servicio que ayude al desarrollo del organismo social.



Las dificultades de la profesión han obligado a que en algunos medios y organizaciones gremiales se elaboren códigos que regulan esa actividad de servicio, en ellos se imponen obligaciones y se establecen sanciones y recompensas para los que lo aceptan. Desde la filosofía se intenta reflexionar acerca de esos códigos y de ellos se encarga una de sus ramas llamada Deontología. En especial, se mencionan los deberes de la profesión y es un tema común de muchos manuales de ética. Algunas de las tesis centrales de la Deontología pueden enunciarse del siguiente modo:



El origen del deber es un acto personal.

Son normas bien concretas que regulan la conducta profesional y están basadas en la veracidad y responsabilidad que exigen continua perfección.

Las normas deontológicas oscilan entre lo ético y lo jurídico; ni son éticas porque suponen disposiciones disciplinarias, ni son jurídicas ya que son aplicables por una especie de órganos de autocontrol.

El código debe servir de algo y por lo menos tiene que ayudar a enfrentar el problema principal de la comunicación: cómo defender el derecho a la libertad de información y el derecho a la intimidad de las personas.



Se considera que uno de los elementos esenciales de la función de informar es la defensa del derecho a la libertad de la comunicación y frente a este derecho el periodista puede convertirse en víctima de procesos públicos, de la represión y a veces algunos asumen el papel de delatores, hasta recomiendan mandar a matar a otros colegas con tal de limitar ese derecho y servir al oligarca. Las presiones pueden ser económicas y se les obliga a ceder frente al poder. Algunos lo hacen con total convicción.



Hay que tomar en cuenta que debe haber una conciencia responsable y bien constituida como aval de la conducta correcta, que no se limita a servir al que paga su trabajo, sino que también respeta y apoya los derechos e intereses públicos con la intención de generar servicios a la comunidad. Esa conciencia responsable será sometida a presiones externas –que van desde los que contratan su trabajo hasta la competencia de sus colegas- y que pueden empujarlo a comportamientos carentes de ética. Esto hace necesario la creación de sistemas y códigos que estimulen las prácticas honestas en la profesión y desanimen el ejercicio irresponsable. Frente a las presiones sólo cabe oponer una respuesta ética o deontológica, y eso no es una opción, de manera que la dignidad profesional se convierte en la única actitud válida para superar cualquier imposición. Y algo que es muy importante: lo fundamental no será asumir actuaciones legalistas y abstractas, eso que aparece tras la pregunta ¿qué dice la ley?



Lo efectivamente importante, lo principal será la pregunta ¿a quién?: ¿a quién hay que ayudar? ¿A quién debo lealtad? ¿Con quién hay que comprometerse? El legalismo significa subordinación, dependencia, nos somete a leyes coactivas. Mientras que la actitud humanista representa normas perfeccionadoras de libertad, creadoras de responsabilidad y metas profesionales, nos convierte en profesionales socialmente comprometidos. Todo eso que se llama dignidad, integridad, responsabilidad en el periodismo, el compromiso social y la defensa del derecho a la libre expresión se han vuelto atributos de un sector de la prensa nacional. Es la cara decente, digna y honorable de la llamada prensa independiente. La otra parte, la que es propiedad de Ferrari, Villeda, Andonie Fernández, Wong Arévalo, Irías Navas, Maduro, Canahuati Larach, las iglesias, y de los que respaldaron y financiaron el golpe de estado, los que silencian y tergiversan la protesta popular, siguen mintiendo y ocultando las causas de la miseria en que vive el pueblo.



Hay que tomar en cuenta que debe haber una conciencia responsable y bien constituida como aval de la conducta correcta, que no se limita a servir al que paga su trabajo, sino que también respeta y apoya los derechos e intereses públicos con la intención de generar servicios a la comunidad. Esa conciencia responsable será sometida a presiones externas –que van desde los que contratan su trabajo hasta la competencia de sus colegas- y que pueden empujarla a comportamientos carentes de ética. Esto hace necesario la creación de sistemas y códigos que estimulen las prácticas honestas en la profesión y desanimen el ejercicio irresponsable.



Cualquier código ética que se elabore será efectivo siempre que exista la voluntad de respetarlo por parte de sus beneficiarios y que sirva para establecer compromisos con el público. Por ello es oportuno edificar algún instrumento que permita la contribución de otras personas ajenas al medio y a la empresa, para que participen en su formulación y reajuste continuo. Se debe prevenir cualquier tipo de injerencia de la autoridad pública, especialmente cuando intenten controlar o dictar políticas al trabajo del periodista. Ya existen suficientes regulaciones que se escudan en frases como la “defensa de la moral pública”, la autocensura y el autocontrol al estilo del antiguo presidente del colegio de periodistas, Elan Reyes, o los que hablan de “proteger valores religiosos”, “el buen sentido, la sensatez, el respeto a los bienes” como lo hace el cardemal Rodríguez. Hay que tomar en cuenta también que son raras o inexistentes las ordenanzas que regulan los contenidos de los mensajes dirigidos a grupos vulnerables al abuso como los niños y los ancianos. Lo mismo puede hablarse de la publicidad política y sus medios de financiamiento.



Si partimos del hecho de vivir en un país en donde, según la ministra de derechos humanos Ana Pineda, formalmente hay respeto a la libertad de expresión, desde los medios debe garantizarse unas prácticas éticamente responsables que hagan de esa libertad algo dinámico y efectivo. No sólo se trata de estrechar la posibilidad de los abusos, sino también de comprometerse en enmendar los perjuicios causados y, de ser posible, anunciando correcciones y compensando al ofendido. Reparar el daño causado debe ser uno de las más sólidas obligaciones del gremio de los comunicadores. Pero en las condiciones del sistema capitalista que nos rige, no debe obviarse el hecho de que los medios de comunicación son un componente más del sistema de control y represión social y que está en manos de grupos oligárquicos.



Cuando se detecten prácticas carentes de ética y se descubra la simulación en la información, existirán conflictos y las personas que quieran actuar de forma responsable y apegada a unas normas éticas, no deben olvidar que van a soportar burlas y perjuicios, serán reprimidos y tendrán que estar dispuestos a lavar la cara del gremio. No se trata de jugar al Quijote sino de desempeñar un papel edificante en el desarrollo social, en el intercambio de la comunicación y en el fomento de condiciones fraternas entre individuos y grupos. Todo esto es posible hacerlo pero también se pueden provocar graves daños con el instrumento de la prensa. Y el daño mayor va a consistir en la mentira, en la manipulación de los hechos y en repetir que aquí no ocurre nada. Que la Zona de Gases no existe y que una chusma minoritaria es la que protesta.



25 de marzo de 2011.

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