Creyó la oligarquía criolla que al elegir como “gerente” de Honduras a Porfirio Lobo Sosa con la consigna del “humanismo cristiano” y la “reconciliación nacional”, la normalidad volvería al patio como por arte de magia. En su arrogancia, ni siquiera le dedico el tiempo suficiente a intentar interpretar de modo correcto el escenario político surgido en Honduras después del golpe de Estado.
En lugar de hacer el esfuerzo de entender la nueva realidad, la ignoró.
Debe saber la oligarquía y debe saber su clase política que la Honduras de 2011 no tiene absolutamente nada que ver con aquella Honduras de los días y los años previos al 28 de junio de 2009. Por una sola y única razón, el pueblo hondureño ha despertado de su letargo y ha adquirido la conciencia del porqué de su atraso y miseria, comprendiendo este momento histórico de forma más clara que cualquier conspicuo político del régimen y además de todo eso, dando muestras fehacientes que está dispuesto a defender en las calles enfrentando cualquier martirio, lo que queda de sus derechos, lo que queda del Estado Nacional y por encima de cualquier cosa, la posibilidad de un futuro mejor y digno para sus hijos.
No comprender lo anterior, fue lo que llevó al régimen oligárquico a cometer un error monumental. Pretender privatizar la Educación Pública creyendo que la normalidad estaba de nuevo instalada lo que permitiría satisfacer las exigencias neoliberales del Fondo Monetario Internacional (FMI), en la creencia de que el pueblo se quedaría en sus casas sin decir nada.
Si fue descabellado creer que volvimos a la normalidad, estúpido fue soslayar que en Honduras, la inmensa gran mayoría, somos hijos desde el jardín de infantes hasta la universidad, de la Educación Pública y que muchos de esos maestros que hoy pelean por sus derechos, fueron los que nos enseñaron a leer y escribir, y algo más importante, a pensar por cuenta propia. Ese detalle, ha provocado que la solidaridad con los maestros sea absoluta y tenga al régimen gaseando todos los días a la gente en las calles.
Ante la realidad que descubre hoy, el régimen oligárquico incapaz de resolver la coyuntura y confundido con el escenario de rebeldía e insurrección popular, responde con un “Deja Vu” que nos traslada a la noche oscura de la dictadura militar michelettista caracterizada por la represión brutal y salvaje contra el pueblo, las violaciones arteras a los derechos humanos y la libertad de prensa, y los crímenes flagrantes contra la población, en un conjunto de acciones que lo desnudan frente a un pueblo que ahora descubre que las Fuerzas Armadas y la Policía no son otra cosa que la guardia pretoriana del sistema que lo oprime y explota.
Se entera el pueblo que las Fuerzas Armadas y la Policía existen para defender los intereses de los poderosos y no para resguardar la vida de la profesora Ylse Ivania Velázquez Rodríguez para poner un ejemplo que nos encierra a todos.
Independientemente de cómo se solvente la crisis, sólo habrá un perdedor: El régimen de la oligarquía. Si decide arreciar la vía fascista solamente arrinconará al pueblo a que decida defenderse por otros medios.
Y si opta por la política, la oligarquía, su “gerente” y su clase política servil, carecen de legitimidad, de argumentos, de moral y de ideas, como para batirse en el terreno político democrático con el pueblo. El momento histórico, la razón histórica y la verdad histórica están de lado del pueblo.
Frente a eso sólo queda aceptar la realidad y adaptarse a ella por muy dolorosa que sea, negociando con las fuerzas del pueblo el nuevo escenario en donde se jugará la política en Honduras, en condiciones de igualdad democrática reconociendo expresamente “Urbi et Orbi”, la existencia del “alter ego” político.
Caso contrario, sin capacidad de controlar ya a través de sus órganos de prensa el flujo de la verdad, la posibilidad de que sea necesario encender los motores de sus aviones para huir dejándolo todo atrás, es tan cierta, como cierto es que la Honduras de 2011 y su pueblo es para la oligarquía, esa pesadilla que altera sus tranquilos sueños en la obscenidad de su corrupta ostentación.
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