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viernes, 11 de febrero de 2011

La vida como ilusión por Víctor Meza

Fue en octubre de 2009. Puedo hacer un esfuerzo y recordar la fecha exacta, pero, después de aquello, creo que, al menos por ahora, no es necesario. La persona a la que aludo, ningún personaje clave ni actor vital en el proceso del Diálogo, era alguien, por lo menos para mí, un ser humano que motivaba mi curiosidad y entendimiento. Como quien dice, era una persona simplemente “interesante”.

¿Las razones de ese interés? ¿Sus motivos íntimos o públicos? ¿Sus motivaciones últimas? No lo sé, ni me interesan. Se trata, lo digo en función mía, de una persona simple que vio su vida afectada por esta vorágine incontrolable en la que se convirtió la vida pública en Honduras a partir del 28 de junio del 2009, domingo negro del golpe de estado. Ese día, la persona a la que me refiero, una joven sencilla proveniente del norte caribeño de Honduras, oyó las noticias del golpe de estado y, como centenares de miles de hondureños, se sintió indignada y con el deseo suficiente para llegar a la capital y manifestar su repudio. Y así lo hizo. ¿Cuál fue el resultado? Muy simple y, a la vez, muy dramático: quedó atrapada dentro de la embajada de Brasil sin saber, realmente, hacia donde ir, con quien ir y qué hacer. Se quedó ahí. Y, gracias a la paciencia y astucia de los fotógrafos extranjeros que estaban dentro de la sede diplomática brasileña, y a la benevolencia del ex presidente Zelaya, esta joven se quedó dentro de la embajada. Ahí aprendió a tomar fotografías, con la precisión táctil y el sentido de la luz, con la precisión necesaria y la discreción precisa para no distraer el objetivo. La recuerdo, nunca podré olvidarla, cuando, entre taza y taza de café, cogía la cámara, minúscula y electrónica, para filmar a los representantes del departamento de estado (Craig Kelly, Thomas Shannon, Arturo Valenzuela, Hugo Llorens, etc.) y recrearse, entre ingenua y feliz, por sus hazañas fotográficas. He sabido, tiempo después, que le pagaron buenos honorarios por esas fotos exclusivas. Ojalá que así haya sido. Ojalá. Alguna vez debemos ser justos, ¿no les parece?

Ha regresado a su región, sin la cámara afortunada y sin la computadora salvadora. ¿Qué hará ahora en su pueblo, en su aldea, en su comunidad? Seguramente, nada. Pensará en irse hacia Estados Unidos o hacia Europa, España, sobre todo. En todo caso, querrá irse de Honduras, ese país duro y cruel que la sometió a bombardeos sónicos, invasión de gases lacrimógenos, agresión y ofensas, insultos y amenazas, por el simple hecho de “haber querido participar”. Así de triste y así de cruel.

Este es el país de “esos señores”, así entre comillas, de esos personajes acartonados, esas señoras tan llenas de almidón en sus vestidos como de silicone en sus pectorales, tan falsos como artificialmente encantadores. Ese es, en parte, al mundo al que regresas, muchacha. ¡Vete ya!

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