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jueves, 3 de febrero de 2011

Clase política encuerada

La publicación de los cables de WikiLeaks ha desvestido a la clase política catracha y las relaciones de la periferia con el poder hegemónico norteamericano, algo que escandaliza no tanto por su naturaleza sino por la publicidad.

Los principales personajes del círculo del poder --un círculo en el fondo apartidista porque actúa por intereses personales y de cofradía, muy por encima de la las instituciones políticas— son vistos por la colectividad hondureña desprovistos del ropaje mediático-propagandístico, definitivamente encuerados.

Inevitablemente, en la apreciación e interpretación de la conducta de nuestros políticos por parte de los diplomáticos, norteamericanos o no, hay siempre subjetividad, pues son humanos, al fin. Pero en lo que respecta a la consignación de los hechos hay mucha más objetividad, propia de las técnicas profesionales y de la responsabilidad informativa, y eso es lo que cuenta.

Al analizar con alguna profundidad los contenidos de los ahora famosos WikiLeaks, se llega a la conclusión de que forman dos partes: una dedicada a las impresiones, habladurías y actuaciones viscerales, que no tienen mucho impacto en las decisiones de Estado, y la otra, formal, de los informes concretos, que sí pesa.

Para nosotros, los hondureños, es muy poco –casi nada—lo que nos revelan estos cables. Somos una nación de un poco más de 8 millones de habitantes, cuyo 80% vive al día en la desesperación de conseguir sustento. El 20% restante interactúa fácilmente bajo el patrón aldeano del intercambio de información alrededor del pozo. Por eso decimos que aquí todos nos conocemos, y eso es cierto.

De manera tal que los cables de WikiLeaks no nos sorprenden ni dicen nada nuevo. Todo o casi todo lo descrito ya lo sabíamos, y, en no pocos casos, se quedan cortos. Por ejemplo, en lo relacionado con las fuerzas armadas –que es tema más oculto, con ribetes tabú—no se explica el verdadero juego y el trasfondo de las posteriores maniobras de sus mandos y de su política interna, que es, en esencia, el meollo del control del poder en Honduras.

Entonces, WikiLeaks en la realidad hondureña no impacta por sus “revelaciones” sino por otros efectos, colaterales podríamos decir, como el de poner de un solo golpe a los protagonistas del desorden político hondureño en un escenario a plena luz, en cruda representación de nuestra comedia humana.

También tiene el efecto de darle mantenimiento a la crisis política, mostrando la relatividad de algunos cambios para que nada cambie, mientras los ingredientes de la fórmula son los mismos, combinados en igual orden y proporción, con similar destreza alquimista.

No quiere decir esto que el saldo de estas publicaciones sea negativo para nuestra sociedad. El provecho debe buscarse, por supuesto, en la oportunidad que se ofrece de profundizar la conciencia del cambio, del verdadero cambio para mejorar, que trasciende los enjuagues y las murmuraciones parroquianas.

Que sirva, entonces, para superar las actitudes aldeanas y, de manera seria y objetiva, trabajar por el surgimiento de una nueva clase política, consciente de su responsabilidad con la sociedad y con el país, con sentido de nacionalidad y de integridad ciudadana, y con suficiente energía y tenacidad para reinsertar los valores cívicos y patrióticos en el noble ejercicio de la política.

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