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miércoles, 19 de enero de 2011

La “Constituyente” es una trampa por Efrén D. Falcón

El mundo político nacional habla insistentemente sobre los cambios que necesita el país. La palabra cambio se anuncia como la llave del éxito. Por supuesto, el único cambio que se avecina es el de gobernantes. ¿Cambios reales? No están en agenda. Habrá quien pueda elaborar propuestas de cambios realizables y consecuentes con la realidad, pero seguramente tendrá pocas esperanzas de ser escuchado. La resistencia al cambio es la huella digital de las sociedades conservadoras.



El papel aguanta con todo
El “futuro mejor”, el “país para todos”, la “Honduras del nuevo siglo”, etc., no son más que ofrecimientos demagógicos. Todos hablan de erradicar la pobreza, bajar la criminalidad, ser productivos, generar empleo, incentivar la inversión, o combatir la corrupción. Pero exceptuando algunos pasitos tímidos y mal fundamentados, pareciese que nadie quiere tomar en cuenta lo que realmente se requiere para redirigir el país, no solo para mejorar los indicadores de desarrollo humano, sino ―el fin último de toda sociedad― para brindar a todos los hondureños la oportunidad cierta de bienestar, con todo lo que la palabra involucra.

Es fácil definir políticas de país en un papel. Sobran las fórmulas para generar inversión privada y pública, crear trabajo, mejorar la educación, avanzar en salud pública o aminorar el crimen, por ejemplo. Lo que no hemos encontrado, hasta hoy, es una propuesta que amalgame nuestra caótica realidad política-económica-social, la geopolítica y la interacción de los intereses de los grupos de poder establecidos. Es una ecuación compleja. Pero una cosa es segura, bajo los parámetros de la política vernácula es prácticamente imposible dirigirse hacia soluciones viables. Quien lo afirme, miente. Sin embargo, en un país de contradicciones, para iniciar una ruta diferente, a corto plazo, es indispensable participar en el actual proceso electoral, por circense y fraudulento que sea.

Una trampa más
Quizá porque improvisaba. Quizá por la situación caótica que se creó alrededor de su gobierno cuando “los dueños del país” vieron amenazada su preeminencia absoluta [que es lo único que realmente estuvo en peligro en aquellos días]. En su momento, Zelaya Rosales fue incapaz de plantear el proceso constituyente como debe ser, aunque indudablemente su iniciativa dejó una huella profunda en la hondureñidad. No obstante, hoy, la “Constituyente” es una trampa.

El que haya sido utilizada como herramienta de dominación por la élite “propietaria” del país, no convierte a la conservadora Constitución vigente en la causa del actual orden de cosas; por más que tenga vacíos y contradicciones, y por más que su período de vigencia sea una etapa infame de nuestra historia ―donde vendiéndonos democracia nos recetaron pobreza, desigualdad e injusticia―. Hasta ahora, todo lo que se ha escuchado alrededor de la nueva “Constituyente” es demagogia, improvisación y utopía. Innegablemente, una nueva Constitución se requiere para romper formalmente con la carta magna anterior y para reparar la reciente ruptura constitucional. Una nueva Constitución debería permitir modernizar nuestras leyes y servir de plataforma para sustentar un verdadero plan de país. Pero su correcta realización sigue en tinieblas, porque difícilmente un proceso constituyente que valga la pena puede realizarse bajo el control del statu quo.

Negociar, negociar y negociar
Sincronizar los intereses particulares para desembocar en el interés común requiere de mucho más que poliquitería clientelar y delicadas estratagemas de enriquecimiento particular. Así mismo, el sistema no se puede mantener a base de paliativos ―que no socaven mucho la rentabilidad― para disminuir el descontento y la presión popular.

De vista al futuro, una posición moral inexpugnable es una condición sine qua non ―ineludible― para negociar, pero no es la única. Sin una propuesta bien fundamentada, sin capacidad negociadora, sin flexibilidad, y quizá, sin el correcto uso de cierto “chantaje” político, es un error sentarse a negociar con los “dueños”. A no ser que se intente continuar con la repartición pastelera.

Por desgracia, todavía no hemos visto en el escenario ni las propuestas ni las personas apropiadas para llevar a cabo esa tarea. Ni siquiera el expresidente Zelaya, revestido de un gran apoyo popular, se perfila en esa línea, porque los altos niveles de confrontación a que se llegó en los últimos meses de su gobierno ―donde los exabruptos públicos, de ambos lados, se hacían notar― siguen latentes en el ambiente; y aunque entre políticos todo se puede arreglar, en esta difícil coyuntura no están involucrados solamente políticos [y no solo hondureños].

Los cambios reales y duraderos no se logran en períodos cortos de tiempo. La única manera de intentar cambios rápidos es mediante traumáticas revoluciones armadas, y está claro que los tiempos no están para tales gestas, por más abyectos y corruptos que puedan ser los gobiernos y sus patrocinadores.

Que quede claro, el poder real no se puede tomar en las urnas, en las urnas se toma la administración del Estado. Sin embargo, desde el gobierno se pueden trazar las rutas y negociar las condiciones para redirigir este país copado por la violencia, la injusticia y la desigualdad; por muy radicales que sean las posturas de los “patriotas” que cuentan entre sus propiedades los 112, 492 km2 de estas honduras. «Se busca propuesta seria de país, necesariamente “made in Honduras”.» Amén.

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