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miércoles, 27 de octubre de 2010

La ingenuidad de la independencia

“La historia de la humanidad está plagada de esclavitudes, y hoy, los países esclavos debemos clamar por nuestra libertad” : Indalecio Tuna Trauber

Ultimamente he leído varios escritos sobre el tema del último golpe de Estado en Honduras, y después las cantidades ingentes de tinta que la asonada ha absorbido, me parece muy extraño, a estas alturas, que alguien escriba al respecto y no saque a relucir un tema que está en el mismo corazón del asunto: la geopolítica y la historia del país.

La ingenuidad de la independencia
La suerte de países como Honduras, penetrados hasta el tuétano por intereses económicos extranjeros, desde que América fue invadida por potencias europeas en el Siglo XVI, quizá tiene demasiado que ver con intereses foráneos. No seamos ingenuos. Honduras no ha gozado de ningún tipo de independencia, en ninguna faceta de su historia [desde que se configuró, en tiempos coloniales, la región que en un futuro sería nuestro país]. Una vez que la élite criolla centroamericana documentó la pacífica independencia administrativa de España en 1821 —en que la mayor parte de las autoridades mantuvieron sus puestos, influencias y poder— Honduras se sumó a los demás países del área para anexarse a México, y luego para formar las Provincias Unidas de Centroamérica, que terminó siendo disuelta, después de una década y media de constantes enfrentamientos entre los unionistas y los conservadores, con el asesinato del más grande héroe que ha parido Centroamérica. Disuelta la Federación Centroamericana, Honduras quedó al garete, sin verdaderos líderes, endeudada, aislada y perdida, como esperando por una mano poderosa que se hiciera cargo de aquel terruño sin rumbo. Fue una época de injerencia inglesa [ver historia de las Islas de la Bahía y la Mosquitia], que sin embargo, no logró consolidarse por la intervención de una naciente potencia, que en futuro no tendría parangón en la historia de la humanidad, que empezaba a posar su interés en una región en la que “lógicamente” debía extender su área de influencia. Con el auge del país del norte, Honduras —premiada con una naturaleza extraordinaria, y una ubicación privilegiada, pero a la deriva aún— era incapaz de gobernarse y de sostenerse por sí sola, y abrió sus puertas al capital que esperaba le salvara de toda su inanición, empobrecimiento y abandono. Ese capital, que nos llevó a ser conocidos por el humillante epíteto de “República Bananera”, y luego “País Portaviones”, se apoderó poco a poco de los recursos, los sueños y el alma de los hondureños, hasta la fecha.

País caricatura
Además de un país paria, indigente perenne y mendigo internacional certificado, los hondureños hemos convertido este país en una caricatura. Nuestro país es un violento corredor del crimen, consumista, "mall-adicto", futbolero hasta el ridículo, invadido por franquicias y corporaciones multinacionales, y va por la historia atestado por costumbres y estilos de vida importados, que aplastan, a su paso, nuestro exiguo legado cultural, y nos convierten en un país de "wannabes" [que quiere ser, pero que no es]. Nuestro deplorable culto por lo foráneo ha sido asimilado durante decenios de silenciosa invasión. El ejército nacional, que tan penosas contribuciones ha dejado a la sociedad, siempre ha obedecido ciegamente las directivas del Departamento de Estado [o será casualidad que Costa Rica, que abolió el ejército después de la guerra civil de 1948, no haya sufrido ninguna ruptura constitucional desde que se redactó su constitución en 1949]. La dependencia económica se fue fraguando paso a paso, desde que las empresas bananeras fungían como banco del gobierno local [para pagar sus propias planillas, armas, etc.] hasta la fecha, en que dependemos desmesuradamente del mercado estadounidense para colocar nuestras exportaciones, y mantenemos una balanza de pagos —neoliberal— cada vez más “desbalanceada” con ellos, en la que si desestimásemos las famosas remesas, veríamos cifras negativas de escándalo.

Geopolíticamente, es claro que Honduras, centrado en el centro de América, ha sido clave en la defensa de los intereses estadounidenses, y participó sin desearlo de la guerra fría. Basta recordar que en la década de los años 80 servimos de deshonrosa y funesta plataforma para detener la “marea roja” en Centroamérica, incitada, más que por la URSS, por la injusticia social, la pobreza y la indefensión que sufrían los pueblos del istmo.

Barack, la autodeterminación y el SOS del mundo
Hoy, el decepcionante gobierno de Barack Obama, que llamó nuestra atención por sus esperanzadores discursos sobre el respeto mutuo, la paz y la solidaridad entre países [por muy desiguales que estos fueran], ve amenazada su hegemonía regional, por el crecimiento de una conciencia latinoamericana que hace un llamado a luchar por una independencia política, económica e ideológica, donde cada país debe buscar y decidir su propio futuro; y se forma un bloque solidarios [UNASUR, ALBA, Grupo de Río] para defender lo que parece importar muy poco en la religión de los dividendos: el derecho a la autodeterminación de los pueblos, y la estabilidad ecológica del mundo.

Porque cada país debe encontrar su alma, su verdad, su camino, cueste lo que cueste; y aunque esa ruta no esté exenta de errores ni tropiezos, nada que valga la pena estará exento de lucha y sacrificio. Y los países que ya han recorrido ese sendero, o nos aventajan en la gesta, deben respetar nuestro legítimo derecho a convertirnos en una verdadera Nación. Porque si la esclavitud de un hombre se antoja hoy, como una afrenta a la vida, la esclavitud de un país, debería antojarse como una acto imperdonable de lesa humanidad.

El indisoluble “link”
Entonces, no se puede hablar del golpe de Estado del año 2009 en Honduras, sin hacer referencia a la histórica intromisión estadounidense en la región. La “embajada” siempre tiene y ha tenido plan. Y hoy, no es diferente.

Ni las deleznables élites económicas que edificaron sus fortunas a costa del tesoro público, ni los militares de malinche, ni los politicastros de a tostón, ni el oligopolio mediático, y mucho menos los líderes religiosos que con sus actos se revelan de frente contra la figura de su propio Cristo, pudieron haber perpetrado el golpe de Estado sin el apoyo, de al menos, un sector del gobierno norteamericano. Desgraciadamente, ese gobierno se ha convertido, más que un gobierno, en una corporación global gigantesca [de doble o triple moral], capaz de cosas innombrables por la consecución de su ciego objetivo: una riqueza y un poder infinitos. Y en ese orden de prioridades, fatalmente, nosotros, como pueblo, salimos sobrando. «Si hacemos una verdadera introspección, encontraremos que como Nación, todavía estamos por nacer» Amén.


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