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viernes, 29 de julio de 2011

Internet y el acoso " Roberto Quesada "

“Si tomáramos el poder , tendríamos la tarea de

limpiarla de burguesía y de mantener a la gente en un estado mental revolucionario.” John Lennon.


Jarobil, sí, así se llama el personaje de Milán Kundera de su novela La vida está en otra parte. Este personaje pasa obsesionado con un poeta y le escribe a menudo, como el poeta no le contesta pues a Jarobil le da por cortar los auriculares de los teléfonos públicos, ponerlos en una caja y enviárselos al poeta.

Esto no solo ocurre en la ficción o en las grandes ciudades, no, también en las pequeñas. Los obsesivos o fanáticos pueden estar en cualquier parte, recuerdo que mi buen en amigo, que yace en el cielo, el periodista y maestro Guillermo Castellanos Enamorado, tenía una sección cultural en El Heraldo y también trabajaba en Radio América. El recibía todas las semanas un legajo de páginas manuscritas que un tipo le enviaba.

Después ya no se las enviaba sino que iba personalmente a dejarlas al periódico. Era página tras páginas con incoherencias, unas aparentes fórmulas matemáticas. Como el lic –como cariñosamente le llamábamos—no le respondía pues el tipo obtuvo su número telefónico y lo llamaba a preguntarle que pensaba de sus escritos y cuándo pensaba publicárselos. Después no le bastó con eso y ya iba a esperarlo bien a la radio o al periódico. El lic solo una vez intercambió palabras con él, después le dio miedo y se aseguraba con amigos de que el individuo no lo estuviera esperando antes de llegar a los medios. Con el tiempo desapareció tal como apareció, como por arte de magia.

Es que el mundo de las obsesiones es tremendo, a veces cómico como la obsesión de mi amigo periodista Andrés Thomas Conteris, él no puede vivir ni un cuarto de hora sin su computadora, con internet, claro. O como Jerónimo, el trovador catracho recientemente fallecido, Jerónimo me decía si yo no ando mi instrumento musical, su cuatro, no me siento yo. Y en efecto, según tengo entendido cuando lo atropellaron cargaba su guitarra.

Por supuesto, también hay obsesiones nocivas, como el asesino de Noruega, quien era locamente apasionado y dependiente de los libros 1984, de George Orwell y El príncipe, de Maquiavelo. No es la primera vez que alguien confunde la fantasía de los libros y quiere volverla realidad. En este caso tal parece que el individuo trató se superar a Maquiavelo en aquello de que el fin justifica los medios.

No crean, yo también como escritor he tenido ciertas historias parecidas. Una vez me llamó un argentino que quería conocerme, había leído mi novela El humano y la diosa y él quería hablar conmigo de ese libro. No sé cómo obtuvo mi número y me invitó a cenar. Después de unos vinos, con lágrimas recorriéndole el rostro, me contó que yo había escrito su historia, que la personaje de la novela era su madre y que el personaje principal era él. Me agradecía una y otra vez por haber escrito ese libro: aseguraba que le había devuelto la vida y que ya le había pedido perdón y perdonado a su madre en el cielo.

Ahora más reciente, después del golpe de Estado para ser exactos, me ha salido un obsesivo. La primera vez que me escribió fue como un individuo de la Resistencia, y tratando de exhibirse como intelectual, algo que deduje por su lenguaje rebuscado y por conceptos políticos de pensadores clásicos que él asumía como propios. De allí no me interesó su propuesta que dialogáramos en “altos vuelos intelectuales”.

Como no le respondí, después comenzó a llenarme mi correo electrónico de sus cartas. A veces haciéndose llamar Iqui Balam, otras como Daniel Velásquez, a veces como descendiente maya y otras como misquito. Al no responderle ya no solo me escribía dirigido a mi sino que fue colectando direcciones de mis amistades y de gente que no conozco y escribiéndome a mi con copia a todo mundo, incluyendo redes sociales como Facebook, en Ya no más! y otros sitios. En un principio me enviaba cartas “intelectuales”, que después fueron pasando al pre insulto hasta llegar al insulto total, calumnia, difamación, odio. No sé, una obsesión para atemorizarse. Tanto así que se la lleva de investigador de mi vida y según él me conoce como si me hubiera parido.

Una vez, en cuestión de horas, recibí 123 cartas del tal Iqui Balam, por curiosidad les eché un vistazo y no eran la misma, eran distintas. ¿Qué persona puede tener tiempo y tanta paciencia para el mismo día enviarle 123 cartas a un individuo que no le responde ni una? Mi esposa ya pasó del humor a la preocupación y me dice: “Este tipo es que está enamorado de vos, está obsesionado y despechado”. Otra vez se hizo pasar por el Sr. Carlos Leiva e incluso me contestó las condolencias que yo le envié por la muerte de su hijo Josué.

En fecha más reciente me escribió invitándome a que fuéramos juntos a Copán y las Ruinas de Guatemala, en donde me mostraría el por qué se llamaba Iqui Balam… A mi me causó risa, pero a Lucy no, se preocupó. Y decidió escribirle ella para que ya parara de acosarme y acusarme.

No van a creer lectores/as, le respondió a ella como si fuera yo, e incluso insinuó que si era ella es porque yo la obligaba látigo en mano, en un burdo machismo cuando en esta casa estamos contra todo tipo de cosas que degraden al ser humano. Lucy volvió a escribirle y él le contestó: “Ya sé que sos vos Roberto Quesada que te escondés en el nombre de tu mujer…”

Hay que tener mucho cuidado con el Internet, y lo mejor es ni leer mensajes obsesivos (y mucho menos contestarlos) sino inmediatamente dar click sobre “delete” o “eliminar”, porque si no puede terminar siendo uno el eliminado como aquel desquiciado que se sintió con derecho de quitarle la vida al gran poeta cantor de todos los tiempos: John Lennon.

1 comentarios:

Anónimo dijo...
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