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lunes, 30 de mayo de 2011

Zelaya retorna a Honduras " Manuel Torres "


Cuando el avión venezolano apareció, la muchedumbre rugió. Los gritos fueron unánimes: “ahí viene el hombre, el jefe de jefes, urge Mel”.

Para Manuel Zelaya Rosales terminaba un azaroso capítulo: 23 meses de haber sido derrocado y 16 meses de exilio. En ese lapso se fue un presidente inmaduro y retornó un caudillo experimentado. Para la crisis de Honduras se abre un respiro de normalidad precaria.

Zelaya, como es habitual en la conducta de los gobernantes hondureños, se hizo esperar. Arribó tres horas después de lo previsto. Para sus miles de seguidores, muchos apostados desde la noche del viernes 27, esa informalidad representó una especie de agonía.


Un sol inclemente hizo que 45 mil bolsas con agua se consumieran muy temprano, sin ser repuestas. Los desmayos y la deshidratación se multiplicaron. Se estima que unas 20 mil personas se marcharon, víctimas del cansancio. Para quienes permanecieron, los altavoces les decían: “no se desesperen, Mel les va a dar la mano”.




Esa promesa bastó para confirmar el fuerte vínculo emotivo que une a Zelaya con sus seguidores, tanto que la mayoría consideran que delegarle poder y disculparle todo es lo correcto. Nadie criticó, por ejemplo, que Zelaya cerrara con prisa su discurso para almorzar con el presidente Porfirio Lobo, a quien tantas veces criticó por “golpista”, en la misma Casa Presidencial que le fue arrebatada.
“Hoy siento la necesidad de reconocer el papel del presidente Lobo en los acuerdos de Cartagena que buscan una salida a la crisis. Sin su firma hubiese sido imposible lograrlos”, dijo Zelaya, agregando sentirse “lleno de optimismo y esperanza de que ese proceso se respete y avance”.

Quienes aguardaban un discurso incendiario, casi con redoble de tambores de guerra, terminaron decepcionados. “Soy el que ha estado desterrado, vengo a buscar espacios. Las crisis existirán siempre y la sabiduría es encontrarles salida”, afirmó.

¿Es el Zelaya que volvió el mismo que se fue? Sin duda es muy temprano para advertir que cambios personales le provocó ser protagonista de un conflicto que dejó mucha muerte, represión y división en la familia hondureña. Hasta ahora no ha sido un líder caracterizado por resolver problemas, sino más bien por crearlos.

Las pruebas que tendrá en su agenda son numerosas y complejas, casi como una carrera de vallas. Lo esperan luchas políticas al interior del Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP), del Partido Liberal y ante el propio Lobo, quien poco a poco logra unificar una derecha fraccionada entre duros y muy duros.

En perspectiva, Zelaya podría ser un nuevo motor del bipartidismo histórico de esta nación si escoge la ruta de recuperar el poder al interior de su partido Liberal y respaldarlo en las próximas elecciones generales del 2013 o podría intentar romper ese bipartidismo poniendo todo su capital político a favor de una nueva alternativa de centro izquierda.

Lo que hará es, por el momento, una incógnita; como todo caudillo es impredecible por ser fundamentalmente un político práctico y escénico. De hecho, lo primero que hizo al bajar la escalerilla del avión fue besar la tierra, en la base de la Fuerza Aérea, haciendo que muchos hombres y mujeres derramaran lágrimas de emoción.

Guardando la distancia histórica y sin saldo de violencia, el retorno de Zelaya movió resortes emotivos similares a los de Perón, cuando regresó a Buenos Aires en 1973. Es la misma genética del caudillaje que ha recorrido la historia de América Latina: Fuerza y seducción, poder y carisma.

Sus discursos son vagos, pero ante las masas delirantes que los arropan ¿a quiénes les interesan las definiciones? Lo que tienen esos caudillos es capacidad de sobra de convencer a otros y colocarse por encima de ellos, con pasmosa facilidad, a fin de que trabajen en su proyecto.

Rafael Alegría, uno de los dirigentes de la resistencia, calculó en un millón el número de personas que estuvieron en el aeropuerto de Tegucigalpa atraídos por Zelaya. La cifra fue sobreestimada, pero la masa que llegó acudió de todos los rincones y por cualquier medio de transporte posible. Nadie les pagó pasajes ni garantizo comida o alojamiento. Los movía una fe inquebrantable en su caudillo.

Una reflexión pública de la comunidad jesuita en Honduras sostiene que Zelaya más que como triunfador, es visto como el “mesías nacional”, primeramente traicionado y, después, exaltado; víctima y liberador de todos los males nacionales.

De hecho, el más popular dirigente marxista de la resistencia, el veterano dirigente sindical Carlos H. Reyes, no se cansaba de calificar como “un milagro” lo que Zelaya ha logrado en este país centroamericano. “Ver al pueblo movilizado, es un milagro; verlo dispuesto al sacrificio, es un milagro; verlo consciente de que la oligarquía es su enemigo, es un milagro; verlo cada vez más consciente de la lucha de clases es un milagro”.

Al listado anterior habrá que agregar su admirable capacidad de reciclar y resucitar ideas y figuras, tanto en la izquierda como en la derecha política. Varios de los dirigentes populares de la resistencia ya habían cumplido su ciclo en el movimiento social hondureño, muchos con enorme desgaste, y, de repente, Zelaya los reagrupó, les esclareció una tarea y les dio combustible para asumir un papel histórico que ya no se imaginaban.,

¿Cuánto tiempo se mantendrán esos milagros? No se sabe. El caudillo siempre debe estar inmerso en conflictos y contradicciones porque de lo contrario se vuelve pieza de museo.

Por lo pronto, varios analistas coinciden en que estos días son significativos en Honduras porque se juntan varios acontecimientos importantes: la firma de los Acuerdos de Cartagena, el regreso del ex presidente, el reintegro a la OEA, el fin del aislamiento internacional, el ofrecimiento oficial al FNRP para volverse una nueva fuerza política y la dinamización de la vida política y de los partidos.

Por el momento, en un balance mínimo sobre ganadores y perdedores, a nivel interno se consideran a Lobo y Zelaya como los grandes triunfadores pues recuperan imagen y espacio político.

Mientras que entre los perdedores la situación de los derechos humanos y las víctimas de la represión quedan a la espera infinita de que se haga justicia.

A lo anterior se agrega que los acuerdos que facilitaron el retorno de Zelaya son esencialmente políticos y quedan postergadas las demandas sociales y económicas de la mayoría de la población, que están en la médula de la crisis.

Bajo esas circunstancias, a otro que le esperan duras pruebas es a la propia sociedad hondureña, que también deberá demostrar que tanto aprendió del trauma que le ha tocado vivir. ¿Hará pasado a otra edad a partir del 28 de junio de 2009 o seguirá, como lo expresara un verso de su recién fallecido poeta Roberto Sosa, siendo “un pueblo condenado a ser niño

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