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martes, 1 de febrero de 2011

Lo más fácil es… por Oscar Amaya Armijo

Lo más fácil es hacerse el disimulado, fingir que aquí no pasa nada y llevarse allí, en el Parque central de Tegucigalpa, con la mirada lanzada hacia la nada.

L o más fácil es enterrarse en unos audífonos, anestesiarse con el reggaetón y aparecer en los grandes mercados, como zombis, creyendo que este país es un paraíso democrático.

Lo más fácil es llegar hasta la basílica, postrarse de hinojos frente a la Virgen de Suyapa, y orar para que el Cardenal se limpie de pecados y, por disposición divina, crea en el Dios que acompaña a la resistencia.

Lo más fácil es creer que con cinco octavos de aguardiente, sentados en el cafetín de moda, la revolución aparecerá por arte magia, transitando triunfante por los bulevares.

Lo más fácil es ponerse las anteojeras del futbol y, en el borde de la enajenación suprema, creer que el golpe de Estado es una falacia de los comunistas, y que Rafael Ferrari será canonizado por la beatitud del vaticano.

Lo más fácil es llegar hasta los aposentos de las iglesias evangélicas, pagar el diezmo obligado, hablar en lenguas, recibir el aceite santificado, pensando en la remota creencia de que Dios borrará la sangrienta complicidad de los pastores con la dictadura golpista.

Lo más fácil es enterrar la cabeza en lodo como el cerdo y creer que la pobreza es una entelequia que solo existe en la imaginación perversa de los “termocéfalos” que pululan en los barrios populares.

Lo más fácil es llegar hasta las alfombradas habitaciones de Miguel Facusse, estirar la mano corrupta, recibir la mesada indigna y abandonar la lucha por expropiar sus feudos.

Lo más fácil es guardar silencio, sin que medie vergüenza alguna, frente al apilamiento de los asesinados, torturados y desaparecidos por las hordas del golpismo hecho gobierno.

Lo más fácil es aislarse en una montaña, pasar desapercibidos, no comprometerse en nada, que arriesgarlo todo en un colectivo de la resistencia.

Lo más fácil es pasar una vida vergonzante en el otro lado de las tanquetas y cercos militares, que echar suerte con un pueblo que solamente tiene por armas su orgullo y dignidad.

Lo más fácil es convertirse en millonario talando el bosque, recibiendo sobornos, comprando barato y vendiendo caro; robarse los caudales públicos y después aparecer como honrado miembro de la empresa privada.

Lo más fácil es asesinar y torturar, luego aparecer como miembro santificado de los Caballeros del Santo Entierro, en la más grande ofensa al Cristo crucificado.

Lo más fácil es convertirse en presidente de la República apoyado en las ensangrentadas bayonetas de los militares, y aparecer allí, en la solemne sonrisa de la hipocresía, creyéndose el ungido de las grandes mayorías.

Lo más fácil es sentarse tranquilo, en los aposentos del oportunismo, y esperar que la resistencia resuelva la crisis política y aparecer después como un sufrido luchador, exigiendo cargos públicos.

Lo más fácil es fingir ser penco, taimado, y pasar por ignorante a comprometerse con la peligrosa crisis que afronta el país.

Pero aún con toda esta bazofia de anti volares, siempre es infinitamente posible, encontrar hondureños cabales, auténticos, y dispuestos a ofrendar sus vidas por el bienestar colectivo de la nación…

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