El hondureño Frente Nacional de Resistencia Popular afronta la disyuntiva de perfilarse como una nueva propuesta política ciudadana en América Latina o quedar como un proyecto atrapado en el tradicionalismo ideológico del siglo pasado.
El desafío está en el trasfondo de su primera Asamblea Nacional a realizarse en Tegucigalpa, el sábado 26, con la presencia de casi un millar de delegados electos o escogidos en reuniones municipales, barriales y de organizaciones sociales a nivel nacional. En la cabeza de muchos de los participantes ronda una inquietud: “ya hemos perdido otras oportunidades históricas de reformas profundas en Honduras, ¿perderemos ésta?
La “resistencia”, como se le conoce popularmente, es un fenómeno político y social sin precedentes en la historia de esta nación centroamericana que no se repone del trauma causado por el golpe de Estado de ultraderecha que derrocó al presidente Manuel Zelaya Rosales, en junio de 2009.
El Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP) surgió el día del golpe y, como todo nacimiento incestuoso, está marcado por una relación emocional de la cual aún no se desprende. Hay quienes, dentro de la resistencia, agradecen al golpe “haber despertado la conciencia del pueblo”, como si ésta fuera la única manera de lograrlo y pese a todo el daño que ha causado.
En la cotidianidad, el golpe, planeado como una cirugía rápida y contundente de sectores empresariales, militares y políticos, se convirtió en una pesadilla para la sociedad hondureña. Desde entonces, la vida no ha vuelto a ser común y corriente. Se vive con la sensación de haber perdido y, también, ganado algo; unos más que otros. El lado trágico del balance no puede pasar inadvertido. En las mujeres, por ejemplo, el impacto de la violencia exacerbada es incalculable.
En el último año y medio, más de 400 mujeres, en su mayoría jóvenes, fueron asesinadas por motivos que van desde género hasta políticos. Ése es el caso de Reina Veliz, una activista de la resistencia que, el pasado 19 de febrero, fue asesinada en su propia casa, en una colonia pobre de la capital hondureña. Estaba sola con su pequeña hija, cuando dos desconocidos irrumpieron, le apuntaron y mataron. No se llevaron nada más que su vida. De ellos no hay rastros, sólo impunidad.
El Comité Municipal del FNRP, en Tegucigalpa, se limitó a un acuerdo de duelo que reza: “los que mueren por la vida no deben llamarse muertos”. Los epitafios de ese tipo se multiplican desde el golpe y rebasan la capacidad de respuesta del FNRP y de las organizaciones de derechos humanos. De hecho, es parte de las críticas que reciben quienes dirigen la resistencia: ¿qué proponen para responder a las muertes de sus dirigentes de base?
El reto es complejo. Todo el país es víctima de la indefensión, y una sensación de impotencia recorre las calles. A la sangre derramada se suman problemas de desempleo, agrarios, ambientales, políticos, étnicos, gremiales, de salud, educación, narcotráfico, maras, migración y desintegración de hogares, entre tantos. Honduras acaba de ser comparada con Uganda en crímenes homofóbicos, y tiene una de las más altas tasas de asesinatos de abogados y periodistas en el continente.
La mayoría de los analistas coincide en que el Estado ha colapsado y que sus instituciones son muy débiles e ineficientes como para atender la marea de conflictos y criminalidad. Porfirio Lobo sostiene que su tarea es normalizar la situación nacional, pero, en la práctica, la tiene muy difícil mientras no se altere un modelo de poder que algunos llaman “el golpismo”, y que incrementó las desigualdades.
Bajo esas circunstancias, el Frente llega a su primera gran asamblea unido a partir de su rechazo al golpe, pero con una creciente división respecto a cuál debe ser su futuro y su línea política. Se advierte una distancia entre su visión a favor de la llamada “refundación” de Honduras y la estrategia para alcanzarla.
Al interior hay, entre otros, dos enfoques en pugna: el que promueve insertar desde ahora al FNRP en el próximo proceso de elecciones generales (2013), proponiendo alianzas electorales, y los que consideran que lo prioritario es arreciar la lucha frontal contra el Gobierno de Lobo “que está arrancando conquistas importantes de la clase trabajadora”.
Ante la controversia, Zelaya Rosales, coordinador general del movimiento, demanda “unidad”. Pero eso implica abrir los espacios de discusión de los principales temas nacionales al interior del FNRP, democratizar su vida interna y definir incluso cuál será su grado de dependencia respecto al derrocado gobernante. Zelaya es tanto motor como freno de la resistencia. En el qué hacer ante ese agitado panorama es donde el Frente puede avanzar hacia una nueva propuesta política ciudadana o quedar como un proyecto atrapado en una retórica de confrontación que, bajo otros argumentos, lo hace coincidir en varios aspectos con la ultraderecha que combate.
¿Debe Honduras tocar fondo para cambiar, o tocar fondo más bien hará improbables los cambios? Pensar que el desenlace de la crisis hondureña dependerá del destino del caudillo derrocado o de las energías de una sola organización es minimizar la dimensión del conflicto.
En Honduras no existen dictadores longevos como los que están siendo derrocados en Medio Oriente, pero en el fondo lo que hay cada cuatro años es un cambio de piel en la Presidencia, no de contenido. El poder de la denominada “oligarquía” tiene una enorme capacidad para reciclarse. Desde 1982, son ya casi 30 años de gobernantes que han hecho de la corrupción, abuso de poder y del autoritarismo su carta de presentación. Ése es el “modelo democrático” cuestionado, pero todavía no está claro cómo reemplazarlo.
La agenda apunta la necesidad de restaurar el principio de la legalidad, crear condiciones democráticas para la convivencia de los sectores en pugna, frenar la violencia, la represión, la injusticia institucionalizada, detener la migración obligada e inhumana de miles de hondureños que alimentan con sus remesas las chequeras de una elite voraz, y devolver la esperanza a la sociedad, sobre todo a los jóvenes, de que no todo está perdido. Se habla de un proceso, no de un milagro.
En ese contexto, en el que las expectativas del presente se combinan con las del largo plazo, vale preguntarse qué será del FNRP dentro de unos años. ¿Un recuerdo personal y social? ¿un deseo frustrado? ¿una memoria colectiva de héroes y víctimas? ¿una foto a enmarcar? o ¿la organización que rompió el bipartidismo y dio sustancia popular a la democracia?
De la asamblea se espera no sólo que evite o posponga el fraccionamiento interno, sino que avance en el reto de contrarrestar un golpe a la usanza del siglo XX con un movimiento social del siglo XXI; construir un mundo político y social diferente al que los hondureños han tenido que soportar por años. Ése es el ánimo que sostiene a quienes abrazan la causa del FNRP y de tanta gente en este país que ha hecho resistencia de toda la vida y que lo seguirá siendo pase lo que pase.
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