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miércoles, 8 de diciembre de 2010

Las Corporaciones frente a los Derechos Humanos

Quizá en la historia de la humanidad no haya un proceso más importante para el bienestar del planeta que el consolidado después de la segunda guerra mundial y relacionado con la promoción, defensa y respeto de los derechos humanos.

Estoy plenamente convencido que si los promotores originales del materialismo histórico y dialéctico de la historia estuvieran vivos hoy, se quedarían perplejos al constatar los logros del avance de los derechos humanos en el planeta y al mismo tiempo con las increíbles potencialidades que tiene para el futuro el fortalecimiento continuo de éste tema, fundamentado primariamente en el empoderamiento que de él se hacen cada vez más miles y miles de personas de todos los rincones del planeta.


Cuándo Abraham Lincoln abolió la esclavitud de las personas de raza negra en la unión quizá sólo pudo suponer que los liberados serían poco a poco nuevos consumidores para la grandes y florecientes industrias de los Estados del norte; pero cómo imaginarse que de ese y otros actos similares, unos más tardíos que otros, cientos y miles de millones de marginados del planeta, mujeres, negros, chinos, indios, enfermos, discapacitados, trabajadores, campesinos, aldeanos, niños, ancianos, madres niñas y solteras, nativos, mineros, pescadores, analfabetos, desmonetizados, desplazados, víctimas y en general los y las pobres del mundo, poco a poco irían perdiendo su invisibilidad y ganado espacios, apoyados en trabajadores de derechos humanos y lo que es más importante, cambiando para siempre las bases de las relaciones de poder.

Suelo imaginarme, a partir de sus reacciones y voceros, cómo las grandes corporaciones y su círculo de socios financieros ven con desprecio, asombro y rabia como cada vez más pobladores, operarios y consumidores del planeta les impiden continuar imponiendo su poderío económico, político y social sobre los que hasta hace poco eran “sus” trabajadores, “sus” mercados, “sus países” o los recursos planetarios que ahora cada vez más son de todos.

Hemos llegando a situaciones insospechadas en las que aún cuando los contratos y las leyes lugareñas les permitan explotar los mares, los bosques, el subsuelo y el espacio, cada vez más manos y gritos ciudadanos se juntan para impedir el abuso, la destrucción y el abandono a sus anchas de todo lo que se les apetece. Hemos sido testigos de cómo poco a poco más tiranillos y reyezuelos genocidas o miembros corporativos son detenidos y enjuiciados y cómo empresas y estados tienen que resarcir a víctimas y familiares de víctimas que han sido abusadas, torturadas o asesinados. Hemos sido testigos de cómo los pobladores se vuelven cada vez más exigentes para escoger a sus líderes y de cómo las comunicaciones y las redes de información independientes desnudan las conductas infames de corporaciones y personajes dañinos para la humanidad y para el planeta.

Oía a un vocero del conservadurismo republicano, de esos que hay en cualquier lugar, repetir esa frase de que “por qué ellos les tienen que pagar a los otros sus necesidades” y mi respuesta a éste lado del televisor es “porque todos tenemos los mismos derechos”; porque cada una de las personas del planeta tiene derecho a un ambiente sano y no contaminado, a agua, alimentación, salud, educación y vivienda, a libertades públicas y sobre todo a que las instituciones nacionales e internacionales cada vez más le aseguren el beneficio de estos derechos.

Sin duda alguna que si el siglo XIX fue llamado el siglo de las luces y el siglo XX el siglo de las grandes guerras, el siglo XXI debe ser entendido desde ya como el siglo de los derechos humanos. Un siglo en el que se deben eliminar los grandes privilegios de unos pocos, en que los impuestos deben ser el gran instrumento de transferencia de las pocas y exorbitantes riquezas en manos de unos cuantos hacia las grandes mayorías. En el que se destruya para siempre el absurdo de los privilegios y en el que los niños y niñas nazcan protegidos por todos y con igualdad de oportunidades.

Un siglo en el que las grandes corporaciones bancarias no sirvan para financiar carreras de autos de fórmula uno, mercados de armas o para encubrir narcodivisas, mientras mil quinientos millones de personas en el mundo viven con menos de un dólar diario y no pueden comer, no pueden sembrar, no tiene agua, una herramienta, un poco de semilla o un pedazo de tierra dónde producir para sobrevivir.

Un mundo en el que la beneficencia social no tenga que hacerse a través de la benevolencia y la caridad de la teletón o de la asociación de damas voluntarias, sino a través de programas y proyectos serios, que respondan a políticas públicas e instituciones sólidas.

Este siglo 21, será el de los derechos humanos si somos capaces de consolidar instituciones nacionales e internacionales en los que podamos hacer efectivos estos derechos. En los que los malos resultados de nuestros tristes y vendidos sistemas judiciales puedan ser corregidos y en los que los grandes representantes de las corporaciones tengan el mismo peso que una mujer maltratada o que un campesino analfabeto y descalzo.

La lucha no es fácil. Tiene muchas vertientes. Implica romper todos los círculos de poder de las grandes corporaciones: Las instituciones que tienen controladas a través de la financiación de las campañas electorales y a los políticos marionetas, el cierre del paso de sus políticos mandaderos, la presión social de los y las ciudadanas del mundo para la creación de normas efectivas para la defensa de derechos y el cumplimiento de las obligaciones; la denuncia continua de los miles de abusos que aún se cometen y la rebeldía mundial contra todo lo que no queramos que siga existiendo.

Necesitamos estar cada vez más conectados entre todas las personas del mundo; construir nuestras redes sociales y mantener nuestra participación activa sobre cualquier tema que sea fundamental; necesitamos aprender a castigar las corporaciones a través de nuestro “no consumo” y “no aceptación” de sus productos, servicios y propuestas, cuando sepamos que éstas siguen maltratando a los trabajadores, dañando el ambiente, financiando la corrupción o participando en la criminalidad.

El poder de la ciudadanía crece en el mundo. Cada vez somos más los rebeldes, cada vez somos más los que nos unimos a la lucha contra los que quieren imponer y controlar únicamente para mantener sus privilegios y sus juegos de poder que destruyen cientos de vidas a cada segundo, de esas que ellos están acostumbrados a no determinar o a sacrificar como “daño colateral”.

Este debe ser el siglo de los derechos humanos; el siglo en que se imponga el valor de las personas, frente al dinero; en el que se imponga la sostenibilidad del ambiente, ante la producción de bienes y servicios que sólo son utilizados por una pequeña cantidad de humanos mientras los otros apenas sobreviven; el siglo en que los pobres, la verdadera democracia y el poder ciudadano, se impongan ante la codicia, el acaparamiento y los privilegios.

La lucha apenas comienza. Las personas, las sociedades tienen la oportunidad sale del letargo y despertar. ¡¡Conservadores del mundo: sus privilegios deben terminar para que sobreviva la esperanza¡¡.

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