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miércoles, 1 de diciembre de 2010

La última carta por Efrén D. Falcón

Es una historia remarcable la de Elvin E. Santos y el golpe de Estado. Como sabemos, el presidenciable liberal era amplio favorito en prácticamente todas las encuestas de opinión publicadas días antes del 28 de junio de 2009 [entre un 15% y un 22% de ventaja]. El caso es que Elvin E. Santos ahora ostenta un récord inédito en la historia reciente del país: registra la mayor caída de popularidad para un candidato presidencial; lo que lo llevó a recibir la más grande tunda recibida por el Partido Liberal en las últimas décadas, y esto es válido, aceptando o no las dudosas cifras oficiales.

El documento y el yerro monumental

Semanas después de la instauración del régimen de facto, tuve en mi poder una copia del documento preparado por un correligionario de Santos Ordoñez, redactado para que el presidenciable tomara una posición clara y definida en contra del golpe de Estado. Empero, después de algunas deliberaciones, el documento ―que pudo haber cambiado la historia― fue desestimado completamente, y Santos Ordóñez, apoyado por toda la ultraderecha local, tanto liberal como nacionalista, y bendecido por el Tío Sam, se tiró de cabeza a la aventura de ganar las elecciones de noviembre, y de paso, terminó de hundir a su partido en la peor crisis de su historia.
En fin, dicen que en la política a nadie se puede dar por muerto si todavía respira, y debe ser cierto, pero con toda seguridad a Elvin Santos le va a tomar muchísimos años ―tantos que quizá no le alcance la vida―, para ponerse en posición de volver realidad sus aspiraciones presidenciales; a menos que algo excepcional y asombroso ocurra para que su imagen vuelva a escalar positivamente entre las mayorías del país.
Por las escasas participaciones públicas que le hemos escuchado, después de las últimas elecciones, Santos Ordoñez se niega a aceptar la idea de ser un cadáver político; y en mi modesta opinión, podría no estar muy lejos el día en que resurja de sus cenizas para volver a la palestra pública, pero tendría que ser como miembro del Partido Nacional, porque su partido ―del que todos los sucesionistas deberían renunciar de por vida, al menos como candidatos a puestos de elección popular, si pretenden salvarlo―, con toda seguridad no le dará una segunda oportunidad “real”. Sobre todo, porque ni juntos, todos los liberales orgullosamente golpistas como Roberto Micheletti, Marta Alvarado, Enrique Ortez, Marcia Facussé, Luz Mejía, José Saavedra, los hermanos Rubí, etc., podrían haber hecho el daño que le hizo Santos Ordoñez al Partido Liberal. Elvin Santos tuvo entre sus manos el timón del Partido Liberal, y en vez de poner rumbo hacia el futuro ―aunque ello implicara romper, al menos superficialmente, con su formación american style y su círculo económico― prefirió embestir y estrellarse de frente contra el liberalismo y contra la historia. Los resultados de tan desastroso proceder aún no pueden ser medidos en su total magnitud. Pero se acerca el día.
Cómo armar el rompecabezas
Hay dos ideas primordiales que los políticos liberales deben tener bien claras, si realmente desean reconstruir su partido. Primeramente, todos los liberales que públicamente apoyaron el golpe de Estado deben ser expulsados deshonrosamente; algo imposible con el actual Consejo Central Ejecutivo, lo que no deja otro camino que elegir a nuevas autoridades. Segundamente, aunque Carlos Flores F. siga siendo el liberal con más influencia en la esfera política, el liberal que tiene mayor arrastre popular y el único capaz, no de unificar el partido ―que es casi imposible― sino de reagruparlo en torno a él y salvarlo de un desmembramiento mortal ―que ya está sucediendo―, es Manuel Zelaya Rosales. Todas las encuestas serias indican que la popularidad de Mel persiste, pese a las campañas en su contra, y ello le permitiría aglutinar a gran parte de los liberales que pugnan por un verdadero cambio, sean melistas o no melistas, lights o gaseados, de izquierdas o de derechas.
Por supuesto, si por esos avatares deslumbrantes de la política vernácula, la elección de las nuevas autoridades no se realizara libre, transparente y democráticamente, ya no habría nada más que hacer. Sin embargo, el intento de democratizar el Partido Liberal, tenga éxito o fracase, es un proceso vital para la compleja formación de una futura coalición o frente amplio que pueda enfrentar con posibilidades de éxito a la fortalecida maquinaria nacionalista. ¿Por qué? Porque aceptar la desbandada del liberalismo antes de jugar la última carta de sobrevivencia, sería dejarlo dividido en facciones confusas y difíciles de cementar; por el contrario, un intento de realizar elecciones internas emprendido por todos los liberales, aunque naufrague, unificaría a todos los sectores del liberalismo en resistencia, ya sea para tomar los sellos del partido ―y expulsar a los non gratos―, o para abandonarlo en masa. En ambos casos, preparándolos para formar parte esencial de una coalición opositora al régimen, que es indispensable para volver factible la derrota del statu quo en su propia arena política, donde tendrá control de la mayor parte de las variables del proceso, excepto de una: la voluntad popular. «Las grandes mayorías, aunque no pierdan, casi nunca ganan.» Amén.

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