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martes, 2 de noviembre de 2010

Aportes para un diálogo nacional por Padre Melo

El país necesita de un diálogo nacional. Ninguna ruta de salida a la crisis política, de inestabilidad y de ingobernabilidad se puede encontrar con éxito por otro camino que no sea el diálogo. Lo que ocurre es que a lo largo de casi año y medio que llevamos desde el golpe de Estado, el diálogo ha sido usado como instrumento de fuerza, presión y legitimación de posturas de grupos que desde las posiciones políticas más ventajosas, no parecen estar dispuestos a moverse en relación con las demandas de los sectores que se sitúan en la oposición al golpe de Estado y en el amplio terreno de la resistencia.



Para que el diálogo funcione hay que salvarlo ante todo de su pérdida de credibilidad; hay que llenarlo de un nuevo valor, y es condición de posibilidad que al mismo haya que sacarlo de la privilegiada cancha de los grupos de poder, quienes dicen aceptarlo, pero sobre la base de que se han de sentar en la mesa de diálogo en calidad de triunfadores, y por consiguiente, con derecho a imponer las reglas del juego.


Para salvarlo, el diálogo ha de dejar de ser un espacio “presidencial”, porque se trata de una connotación con muy escaso crédito y sin poder suficiente para convocar a todas las partes. Un diálogo convocado únicamente por Lobo Sosa conlleva un mal de origen, y por consiguiente condenado a fracasar o a quedarse en un remedo de diálogo entre los de siempre, y de confrontación frente a los sectores con los cuales los sectores elitistas hondureños tienen que dialogar. El diálogo, por tanto, ha de ser “nacional e incluyente” y con reglas del juego definidas por todos los sectores que han de estar involucrados en el mismo.


Las cosas claras: no puede existir un diálogo nacional entre un sector que domina y controla, y otro u otros que estén políticamente subordinados. La igualdad de condiciones es criterio para que exista un diálogo. Asimismo, no puede existir diálogo verdadero cuando se hace uso de los medios masivos de comunicación para presentar los intereses de los grupos con mayor poder como si fuesen las grandes y únicas verdades del país, al tiempo que descalifican y desprestigian a los sectores que no piensan igual y que en los hechos debían estar en la mesa de diálogo. Por tanto, un diálogo nacional ha de garantizar a todos los sectores “dialogantes” igualdad de acceso a los medios de comunicación, con iguales tiempos y oportunidades.


Un verdadero diálogo nacional deberá poner el interés en todos los sectores de la sociedad, pero de manera muy especial, ha de tener en el centro las realidades y demandas de los sectores más excluidos e indefensos de la sociedad. Sus voces y demandas han de estar presentes en la mesa de diálogo, y no pueden ser delegadas ni pueden ser representadas más que por ellos mismos, en “presencia y en figura”. La búsqueda del bien común de la nación ha de arrancar con este criterio: atención privilegiada a las calamidades de los más oprimidos del país.


Un verdadero diálogo nacional no puede definirse a partir únicamente de los cálculos de los políticos, sean éstos de los partidos legalmente inscritos como de los provenientes de la izquierda o de los sectores que dirigen la resistencia. Ni menos deberá tener como horizonte inmediato negociaciones de cara a procesos electorales. El centro de atención del diálogo nacional deberán ser los contenidos que conlleven al compromiso de los sectores en diálogo a la transformación política, jurídica e institucional del país.


Contenidos como la soberanía y control sobre los recursos y riquezas naturales, la tenencia de la tierra, la política fiscal, el sistema de educación, salud, vivienda, empleo, política de género, garantía del respeto a la diversidad cultural y étnica. Estos otros contenidos fundamentales deberán ser puntos de negociación hasta lograr una formulación de un Pacto Social que inevitablemente deberá expresarse en consultas nacionales y finalmente en una Asamblea Nacional Constituyente que acabe redactando una nueva Constitución que nos abra a la implementación de ese Nuevo Pacto Social, como expresión histórica de la Honduras en donde toda su gente se va refundando como ciudadanía activa, participativa, incluyente y democrática

1 comentarios:

Anónimo dijo...

de nada sirven los acuerdo, papeles, leyes o constituyentes si no hay credibilidad de un grupo dominado por la anarquía, el revanchismo y la demagogia... a Usted lo dejan hablar y hacer lo que desea, que más quiere? la resistencia agrede y ofende por instinto de turba animal, no de pacíficos transformadores... usted es una desgracia para la iglesia, repase sus votos y recuerde dos: HUMILDAD Y OBEDIENCIA. Por fortuna, hay personalidades como S.E. Mns. Rodríguez que siempre brillarán allá en las alturas, mientras los perros ladran en la tierra...

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