En la OEA tienen su propia versión de la democracia. Tras la caída de Manuel Zelaya, José Miguel Insulza salió destornillado, “ex profeso” desde su cómoda butaca en Washington para ir a arreglar el entuerto con su sola presencia.
Malhumorado e insufriblemente enfurecido, Insulza se mostró áspero con los funcionarios del gobierno de Micheletti, a los que increpó de manera fulminante sin prestarles oídos ni dejándoles espacio para que aquéllos le explicaran los antecedentes de la defenestración de Zelaya.
Para José Miguel Insulza, ex ministro chileno y militante de la Unidad Popular en tiempos de Allende, la versión latinoamericana de la democracia del siglo XXI había sido rota en su esencia y substancia y por lo tanto, alguien debía poner en su sitio a los transgresores del sistema. Desde luego que la actuación de Insulza respondía a otros intereses que se parapetaban tras el oropel de un foro “democrático”. Desde aquel entonces, el Secretario de la OEA ha jugado un rol estelar para la “vuelta a la normalidad de la democracia” y no precisamente haciéndolas de intercesor imparcial.
La conducta ditirámbica y acrobática de la OEA es el reflejo de una “nueva concepción” de la democracia en el continente que busca ante todo, la vuelta a las dictaduras a partir de un hilo conductor ideológico que entreteje el tema del socialismo, pero en una versión legitimada, no subversiva y ante todo, impregnada de las vanidades políticas de una supuesta legitimación social. En la OEA se aferran fuertemente a la Carta Democrática para apoyar con impudicia las “democracias” al estilo de Ecuador, Venezuela, Paraguay y Bolivia –Cuba es un caso intocable, aparte-. Su propuesta disimulada es que, a partir de un foro abierto de diálogo multilateral, se puedan resolver las diferencias y disputas en general, aunque las actuaciones del organismo digan todo lo contrario. La OEA ha pasado de ser la marioneta del imperialismo para sumarse a la causa del nuevo Socialismo del Siglo XXI. Es decir: salió de una para caer en otra.
Desde luego, como toda organización supra o multilateral, el juego del poder y el ideológico, juega un papel de primer orden. ¿Qué busca José Miguel Insulza y su equipo a pesar de no gozar del beneplácito de Hugo Chávez Frías? Pareciera que son dos entusiasmos paralelos pero que decantan en el mismo mar ideológico. Aún cuando Chávez le llamó a Insulza “Virrey del imperio” o más ásperamente como “pendejo” e “insulso” la desconexión y la camorra sólo es aparente. La OEA avala con un teatro móvil cada movimiento del club de Chávez: ora puede estar en Caracas celebrando las elecciones parlamentarias; ora puede estar en Quito alentando a Correa en la revuelta de los policías o dictándole a Lobo Sosa las tareas que éste debe seguir en la agenda hondureña. Insulza y la OEA, han conformado un “holding” entre las izquierdas y los demócratas del Senado en Washington apoyando el juego procedimental electoral de cada país pero ignorando, muy a propósito, el rompimiento legal institucional del equilibrio de poderes. Al hacerse de la “vista gorda” de los desmanes dictatoriales de un Chávez, un Correa o un Ortega, la OEA obstruye la evolución de la democracia que se gestaba desde los 80’s, estimulando un retroceso hacia las dictaduras –esta vez de izquierdas-, pero obsesionándose con el fantasma de los golpes de Estado de la derecha. Si bien es cierto que los nuevos dictadores son electos legítimamente pues emanan desgraciadamente del juego plebiscitario, una vez puestos en la silla presidencial, alteran a profundidad las instituciones y valores propios de la tradición liberal, concentrando las decisiones “en nombre de la soberanía popular y la igualdad”. A la OEA esto le tiene sin cuidado. Ya en el pasado había sido testigo silente de los grandes desmanes de quien aportaba más del cincuenta por ciento de los gastos de la institución pero ahora se apresta a garantizar que el foro se convierta unánimemente en un estándar ideológico.
De modo que este “decisionismo” concentrador -al decir de Carl Schmitt-, que va recorriendo como un cáncer todo el continente, no es preocupación para la OEA y el mismo Insulza, sino, al contrario. A pesar de que un buen día de 2006 George Soros les dijo en el mero seno de la desprestigiada organización que la sociedad abierta –o liberalismo si usted quiere-, era la opción más democrática de nuestra civilización, el mensaje entró por un oído y salió por el otro. Resulta claro que la OEA promueve las condiciones para que un cacicazgo de izquierdas se apoltrone en el poder, promocionando y avalando, en nombre de la Carta Democrática, un sistema corrupto, concentrador y ante todo, totalitario, pero que en la concepción de Insulza se trata del renacimiento de la democracia.
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