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martes, 26 de octubre de 2010

El golpe actualizado por José Vicente Rangel

El golpe de Estado es un recurso de poder cuando se corre el peligro de perder el poder". Curzio Malaparte


1¿Otra vez de moda el golpe? Ahora con una particularidad:

tipo diferente, reacciones novedosas y la intención de invisibilizarlos. Se llegó a pensar que la amenaza estaba conjurada en la región. La palabra golpe se convirtió en palabra maldita. La experiencia fue costosa: desaparición de la libertad, colapso del Estado de Derecho, formas represivas siniestras, retroceso económico y social. Hubo un momento en que América Latina fue asolada por el golpismo. En el Sur tuvo una terrible incidencia cuyas huellas aún no se borran. Brasil padeció el fenómeno, al igual que el resto de Latinoamérica. El golpismo tuvo claro signo ideológico: el anticomunismo, y un promotor: EEUU. No hubo golpe sin su influencia, motivada por la intención de aplastar los cambios sociales. No obstante, la responsabilidad del golpismo se suele atribuir -en exclusividad- a los militares. Discrepo de esa opinión. Así como no hay golpe sin militares, tampoco los hay sin civiles. Los ideólogos del golpismo casi siempre son civiles. La combinación funciona, pero con efectos disímiles. Hay casos en que los militares terminaron siendo víctimas de los civiles que se apoderan del proceso generado por ellos, y en otros los civiles fueron víctimas de sus socios uniformados. Los ejemplos de ambas situaciones abundan, aun cuando la matriz siempre fue la misma. Pero voy directo al grano. A lo que ocurre por estos días. A golpes como el de Honduras y el intento fallido en Ecuador. Particularmente a la tendencia de ciertos sectores a reactivar esa opción a la que siempre apostaron, y a la insólita actitud de dirigentes democráticos -incluso de izquierda-, críticos del golpismo en el pasado, que ahora asumen actitudes complacientes en el análisis del tema. ¿Por qué razón? Quizá la frase de Malaparte ayude. El autor de Técnica del Golpe de Estado la empleó para graficar que el golpe es utilizado por quienes dominan -y sienten amenazados sus intereses- cuando se les agotan los recursos constitucionales y democráticos. Por tanto, hay que buscar la explicación a lo que comienza a suceder en el rechazo de esos sectores a los movimientos populares que acceden al gobierno, electoralmente, en el actual contexto regional, con las reglas de juego del sistema. El cuestionamiento se plantea directamente o con sutilezas. La reivindicación del golpe de Estado tiene motivaciones ideológicas y clasistas que "legitiman" el desconocimiento de cualquier intento por instalar gobiernos patrióticos, con sentido social y formato de democracia participativa. Lo cual implica romper con el anacrónico modelo de democracia representativa y las políticas neoliberales. Estas posiciones, según los ideólogos del neogolpismo, justifica el empleo de la fuerza para deponerlos. Por eso es que en el desarrollo de esta tesis, lo que importa no es el origen comicial del gobierno -sacralizado en el pasado-, sino el ejercicio cotidiano sujeto a evaluaciones interesadas, manipuladas en escenarios nacionales e internacionales y potenciadas por medios de comunicación comprometidos.

2 La clásica noción de golpe empieza a tener sustitutos.

Un poder mediatizado como el Congreso de Honduras legitimó el derrocamiento del presidente constitucional Manuel Zelaya. En Ecuador la policía funcionó como punta de lanza de partidos y sectores de la Fuerza Armada, y fracasó debido al coraje del presidente Rafael Correa, a la lealtad del grueso de la población y de mandos castrenses que se opusieron a la aventura. Pero quienes en la región cuestionan los cambios sociales e institucionales niegan la condición de golpes de tales hechos, o los justifican -tanto el hondureño como el ecuatoriano. Incluso se burlan del valor demostrado por Correa y dudan del riesgo que éste corrió, pese a las grabaciones que registran los alaridos de los alzados pidiendo el asesinato del Jefe de Estado. No hay duda de que se difunde una novedosa apología del golpe, de sus formas de ejecución y de las justificaciones. El origen legítimo de un gobierno ya no cuenta, sino la valoración subjetiva que merece a sus críticos, la supuesta violación del Estado de Derecho, decretada por el "tribunal de facto" de la oposición y por los medios, con prescindencia de los órganos jurisdiccionales que también son cuestionados. Hay una renovada exaltación del golpe en esta etapa del proceso latinoamericano que, en el terreno argumental, nada tiene que envidiarle a los alegatos que usaron en el pasado los ideólogos de la ruptura violenta del orden constitucional. Lo que escribo no debe interpretarse como una advertencia caprichosa. El presidente de El Salvador, Mauricio Funes, comentó hace poco que está en marcha un golpe en su país. Por ello solicitó a la OEA la creación de un sistema que prevenga los golpes de Estado, que los penalice mediante una reforma de la Carta Democrática que permita actuar preventivamente y no cuando el golpe se ha consumado. ¿Por qué lo hace? Porque algo ha detectado. Igual preocupación muestra el presidente de México, Arturo Calderón. Y a la actitud de los gobernantes salvadoreño y mexicano, a lo sucedido en Honduras y Ecuador, hay que agregar lo dicho por el escritor, analista y poeta argentino Juan Gelman: "Hay una nueva era de golpes de Estado. Debemos estar en vigilia permanente". No es cuento, agrego yo.

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