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jueves, 23 de septiembre de 2010

Empujando al abismo por Santos Pérez

Me disculpo previamente con los cientos de lectores de esta columna, al parecer son muchos los que esperan leer lo que dice esta sección semana a semana, pero la onda de calor nos afecta para inspirarnos. Valga la aclaración.

Hoy trataremos de entender el propósito de la policía para tratar tan groseramente y con exhibición de salvajismo a los manifestantes de la Resistencia Popular el 15 de septiembre. No existe, prácticamente, ninguna acción humana que carezca de propósito y por eso nos preguntamos si logró algún propósito la policía y su comparsa, el ejército, haciendo lo que hicieron, hasta lo de derribar la supuesta efigie de Mel (porque con excepción del sombrero, no se parecía a él).

Más parece que las acciones represivas van encaminadas a fortalecer la resistencia y obligarle a preparar cuadros para enfrentarse, de tú a tú, con el ejército y la policía y al fin ponerle coto a los desmanes de algunos grupos e instituciones hondureñas que van en declive. Como una hidra gigantesca la resistencia se fortalece con cada golpeado o muerto en los operativos represores de algunas autoridades. Cada golpe es un familiar que se compromete y así, esa enorme mayoría silenciosa, reprimida para manifestarse y pensar con entera libertad, se convierte en un torbellino arrasador que se llevará de encuentro lo que se ponga a su paso.

En Bogotá, Colombia, el asesinato del candidato Gaytán, vaticinado como contundente y aplastante ganador de las elecciones, condujo al histórico "bogotazo" fenómeno social y político que no pudo ser contenido ni por el ejército ni la policía cuando cientos de miles se lanzaron iracundos a las calles aplastando y quemando, golpeando, matando, destruyendo como un desbocado ejército de marabuntas.


Está bien que hayan querido proteger a las eróticas palillonas y los fastuosos cuadros, alegóricos a una inexistente independencia, pero garroteando con saña y rabia a indefensas personas sólo lograron convencer a la gente de que carecemos de un ejército profesional y de una policía al servicio del orden civilizado y que la razón les asiste.


En este nuevo milenio vale reflexionar si los actos de esta naturaleza valen la pena justificados en el orden o son simplemente expresión del pánico que les produce un nombre y un apellido, de un hombre ahora sublimado a la categoría de superlíder nacional y de héroe popular. Seguir con esos desfiles significa que no hemos podido superar el rezago cultural de cien años de dominación mercantil y comercial y caminamos derechito al insondable abismo de la guerra entre hondureños. Lo que puede evitarse con un poco de reflexión madura y pertinente.

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