Hasta la fecha no se sabe el estatus del gobernante hondureño en la misión diplomática, porque si fuera refugiado no podría hacer las declaraciones que hace ni los mitines que desarrolla. Itamaratí, conocido por su gran manejo de la diplomacia, no sabe cómo salir del entuerto.
La situación política y social en Honduras se hace más confusa. Las ideas lanzadas hasta ahora para encontrar una solución a la crisis desatada por la destitución inconstitucional de Manuel Zelaya, no han tenido fruto alguno y tal parece que la región se ha metido en un laberinto, como una evidencia del fracaso de las gestiones internacionales y multinacional para restituir la democracia, la paz, el acuerdo y la institucionalidad en dicho país centroamericano.
Cuando ya pasaron más de tres meses desde que el Presidente constitucional fue destituido, todos los intentos para su restitución quedaron en suspenso, debido a los pertinaces bloqueos planteados por parte del mandatario de facto de Honduras, Roberto Micheletti, quien hasta antes del golpe de Estado era el presidente del Congreso de Honduras.
Zelaya fue destituido por su intención de violar la Constitución, al llamar a una “encuesta” para consultar sobre la posibilidad de ser reelecto. La Corte Suprema de Honduras declaró inconstitucional esa consulta y ordenó la destitución de Zelaya. En el intento de preservar la ley, los magistrados hondureños no dudaron en pisotearla, porque prácticamente ordenaron a los militares secuestrar al Presidente Constitucional, lo montaron en un avión y, en pijamas, lo enviaron a Nicaragua. De inmediato nombraron mandatario de facto a Micheletti.
Desde esa aciaga madrugada del 28 de junio hubo varios intentos para salir de la crisis. El más activo fue el gobernante de Costa Rica, Óscar Arias; su propuesta es avalada por el resto de los países de América y Zelaya está dispuesto a firmarla, si es que regresa a su país en calidad de Mandatario electo. Quien no cede es Micheletti, se limita a escuchar y rechazar todas las soluciones.
Hasta ahora aún no hizo mella en el régimen de facto el retiro de los embajadores de los países miembros de la Alternativa Bolivariana para las Américas (Alba), ni el retiro de las visas a funcionarios afines al Gobierno de Tegucigalpa impuesto por el Departamento de Estado de EEUU, ni las recomendaciones de los presidentes de los países miembros del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA) —que comanda el costarricense Arias—.
En el proceso para lograr una solución hubo exabruptos, como aquel del gobernante de Venezuela cuando anunció que acompañaría a Zelaya en su regreso a su país o que respondería con armas el golpe de Estado hondureño. Felizmente, nada de eso ocurrió, aunque lamentablemente no hay solución.
El episodio más preocupante empezó a desarrollarse el 22 de septiembre, cuando sorpresivamente se anunció la presencia de Zelaya en Honduras, en la Embajada de Brasil. Hasta la fecha, no se sabe el estatus del gobernante hondureño en la misión diplomática, porque si fuera refugiado no podría hacer las declaraciones que hace ni los mitines que desarrolla.
Itamaratí, conocido por su manejo profesional de la diplomacia, aún no sabe cómo salir del entuerto y pese a que pidió una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, éste no dio luces para la crisis. Día que pasa, el laberinto de ese país no halla salidas y mientras tanto, el caldero político interno se calienta más. La comunidad internacional está ante un reto descomunal: actuar sin incurrir en pasos que podrían extender posteriores facturas.
la Razon
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