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domingo, 17 de octubre de 2010

EL ENEMIGO SE LLAMA OLIGARQUÍA, Portada y editorial de edición impresa de EL LIBERTADOR, octubre de 2010



La Constituyente no es el final, es un escalón hacia el poder, y eso debe tenerlo claro el Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP). La Constituyente puede negociarse, el poder no admite ese consenso. Todos los males de Honduras y de la mayoría de hondureños provienen de un gobierno permanente, histórico y de dominación total, que llamamos oligarquía o grupo de poder efectivo.


La Constituyente no es el final, es un escalón hacia el poder, y eso debe tenerlo claro el Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP). La Constituyente puede negociarse, el poder no admite ese consenso. Todos los males de Honduras y de la mayoría de hondureños provienen de un gobierno permanente, histórico y de dominación total, que llamamos oligarquía o grupo de poder efectivo.
Es un error mortal ignorar la relación de causa -efecto y malgastar tiempo y energía creyendo que quien controla el poder real es el que gana la permanencia de cuatro años en Casa Presidencial. En ninguna parte del mundo o rara vez en la historia quienes detentan el poder lo han cedido fácil, casi siempre ganarlo o perderlo ha estado signado por la violencia. En Honduras, la oligarquía afronta un desafío que inevitablemente la conduce ante la disyuntiva: O cede por la vía democrática y disfruta la fortuna colosal que ha robado, o se arriesga a perderlo todo.
Es indudable que si hace cálculos a partir de la conducta del compatriota antes del 28 de junio de 2009 estará frente a la máxima de un historiador romano: “Para los que buscan el poder no hay término medio entre la cúspide y el precipicio”. Los hondureños ya han derramado su sangre, demostraron que están dispuestos a llegar hasta la cima, aunque cueste la vida. Ya identifican con claridad a su adversario y lo detestan por cruel, por ladrón y por excluyente. Ya identificó al grupo dañino que lo empobrece, que siendo inferior al uno por ciento del total de la población se apropia arriba del 70 por ciento de la riqueza nacional.
Es iluso imaginar siquiera que la oligarquía desea bienestar para el Frente Nacional, al contrario, está maniobrando para desarticularlo por diferentes vías, por la recuperación del Partido Liberal y fortalecer el enclenque bipartidismo y por la campaña de desinformación constante a través de la prensa tradicional golpista. Ahí juega un papel central el Departamento de Estado, que asesora la ejecución de la fase final del golpe de Estado: El reconocimiento internacional del actual gobierno que preside Porfirio Lobo y, así lograr que Europa y países asiáticos ayuden a Estados Unidos en la reconstrucción de la institucionalidad política, social y jurídica que despedazó el crimen constitucional.
Hay antecedentes de quién manda en Honduras. El Presidente Manuel Zelaya lo supo a meses de haber ganado las elecciones y después de haber dicho que los grupos de poder no querían el desarrollo de la nación. Fue llamado a un encuentro con la oligarquía, ahí lo esperaban, entre otros, Miguel Facussé, Jorge Canahuati, Fredy Nasser, Camilo Atala, Carlos Flores Facussé, Rafael Ferrari, Jesús Canahuati y Ricardo Maduro. Cuando Zelaya tomó asiento en uno de los extremos de la amplia mesa, se acercó Arturo Corrales y le dijo al oído con acento temeroso que ese era la silla de Carlos Flores. El Presidente lo ignoró.
Uno de los anfitriones inició el diálogo y con tono doctoral le dijo: “Presidente no hable mal de los grupos de poder, no diga que son enemigos de Honduras, nosotros podemos ayudarlo, pero por favor, cambie esa postura”. Fue Carlos Flores Facussé. No era un consejo de amigo, era una advertencia frontal que se consumó con el golpe de Estado. Estas son horas de tensión en la oligarquía.

EL LIBERTADOR

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