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jueves, 18 de agosto de 2011

La fuerza transformadora de la juventud

Nuestra Palabra, Editorial Radio Progreso

La juventud siempre nos asalta con sus rebeldías, y nos pasa la factura por haberla marginado o por haberla ignorado. Nuestra juventud se nos está yendo, por centenares salen diariamente de nuestras fronteras buscando en un camino incierto un lugar y una dignidad que en nuestro territorio se les negó. La juventud ha estado desde siempre en el centro de las tormentas sociales y políticas. Su presencia, su rebeldía, sus actitudes, su organización, a veces estructurada desde la violencia, siguen siendo un desafío para toda la sociedad.



La juventud de hoy no es la misma que la del siglo pasado. La juventud de hoy se moviliza y cuestiona el estado de cosas desde las redes sociales, y establece relaciones efímeras de amistad y de compromisos desde el mundo de la virtualidad, mientras con su actitud ensimismada cuestiona y se automargina de todo aquello que como la familia, la política, el Estado, las leyes representa para los adultos institucionalidad y estabilidad. Mientras la juventud del siglo pasado canalizaba sus rebeldías a través de luchas políticas organizadas, la juventud de este siglo lo hace a través de la organización de las maras y de otras expresiones que no tienen nada que ver con lo que antes fue la revolución, el socialismo o incluso el futuro.



La juventud de nuestro siglo no demanda cuotas de poder, y mucho menos cuando se trata de espacios políticos. Demanda un espacio territorial propio, en el cual pueda reivindicar su identidad individual y grupal. Demanda respeto a su propio estilo de vida, situado siempre en los márgenes de la sociedad. La raíz de las actuales expresiones de rebeldía y de organización de nuestra juventud, se encuentra en una sociedad que no garantiza a la mayor parte de sus habitantes una vida digna, justa y segura.
De entre el conjunto de la población vulnerable, los jóvenes ocupan un lugar destacado por lo incierto que se vuelve su futuro, en una sociedad que no les ofrece oportunidades para convertirse en adultos responsables ante ellos mismos y ante los demás, conscientes de sus derechos y obligaciones.



Los adultos demandan orden y seguridad para controlar a la juventud. Sin embargo, son los adultos los que propagan valores y normas contrarias a la convivencia pacífica y al respeto a los demás. Los adultos de ahora han olvidado que han construido sociedades fracasadas, que se han equivocado de jóvenes y siguen cometiendo los mismos errores siendo adultos, tanto en la vida privada como en el ámbito de lo público.


Nuestra juventud no se traga el cuento de la honradez y el respeto que les exige la sociedad adulta, cuando son los adultos que dicen una cosa, pero por detrás hacen otra, y alimentan unas relaciones que se definen por la doble y a veces hasta por una triple moral. Es muy difícil que una juventud se comporte conforme a un exigente patrón ideal de ciudadano –respetuoso de leyes, solidario, tolerante, dedicado a los estudios, dispuesto a servir a los suyos—cuando sus padres, profesores y autoridades civiles y religiosas representan muchas veces todo lo opuesto, y cuando la sociedad en la cual les toca vivir a la mayoría de ellos es poco acogedora.


La juventud está en el centro de las tormentas sociales y culturales de nuestro tiempo. Y en la manera en que la sociedad y las diversas instituciones civiles y religiosas se sitúen ante esta realidad juvenil, se estará jugando el futuro de las siguientes generaciones y del talante e identidad de la sociedad futura.

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