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miércoles, 20 de abril de 2011

Reunión en Miraflores

La reunión del ex-presidente José Manuel Zelaya Rosales con el presidente Hugo Chávez, de Venezuela, para redondear el acuerdo por firmar con el presidente Lobo Sosa para estabilizar el clima político en Honduras, hace entrever la activación de una nueva dinámica político-social en la sociedad hondureña.

El hecho de que el ex-presidente Zelaya Rosales fuera a Caracas acompañado de Juan Barahona, coordinador local del Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP), y de Gilberto Ríos, coordinador de la organización política “Los Necios”, tiene, al parecer, el propósito de darle al acuerdo la necesaria consistencia para asegurar su funcionamiento en el proceso de reconciliación nacional.

Parece evidente que el entendimiento entre el presidente Lobo Sosa y el derrocado ex-presidente Zelaya Rosales, como resultado de una compleja mediación de proyección continental, trasciende al objetivo visible de la rehabilitación de Honduras en la Organización de Estados Americanos (OEA) y que apunta hacia un avance pragmático de la democracia participativa en nuestro país.

Ese sería el sentido de la consideración, en el negociado del acuerdo, de dos consecuencias sociales derivadas del golpe de Estado 28-J, ahora estructuradas dentro de la realidad política hondureña, vale decir el reconocimiento del FNRP como interlocutor válido en el andamiaje político nacional, y, asimismo, el planteamiento de la asamblea constituyente como solución definitiva a la debacle política hondureña.

El reconocimiento del FNRP como interlocutor político, de ser finalmente acordado, daría paso a una nueva forma de grupo de presión, en el que, de hecho, se conjugan diferentes sectores populares en demanda de la democratización y de la equidad económica y social en el régimen político hondureño.


Un grupo de presión efectivamente creado en respuesta al zarpazo militar de 2009, con presencia organizada y activa en todo el país, y que, por su origen y naturaleza, no podría —al menos en corto o mediano plazo— transformarse en partido político, pero sí en una fuerza decisoria en las propuestas electorales y en la formulación de políticas de Estado, en su rol de grupo de presión.

Puede así apreciarse, entonces, la posibilidad —ojalá que probabilidad— de que, al final del drama, se desarrolle una dinámica política y social encaminada a remover los diques del estancamiento político, económico y social por la vía civilizada de la integración y del ejercicio de la soberanía popular sabiamente canalizada en el sistema a través de instituciones legítimas.

Eso significaría, entonces, la eventualidad de que ese acuerdo, inteligentemente elaborado, sirva no solamente para los propósitos inmediatos de eliminar los obstáculos a la reincorporación plena de Honduras en la comunidad internacional, sino que fructifique en evolución democrática y en integración regional, latinoamericana y continental, dándole a la nación hondureña perspectivas de libertad, de bienestar, de confianza y de fe en el futuro

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