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jueves, 28 de abril de 2011

El concierto del desconcierto " Héctor A. Martínez "

Tremenda confusión ha causado la reunión que sostuvieron los presidentes de Honduras, Venezuela y Colombia en la ciudad costera de Cartagena de Indias. El desconcierto viene dado por las preguntas obligadas que hace el público: ¿Quién está detrás de todo esto y qué se esconde tras los bastidores de la política regional?

Desde luego, Lobo Sosa, urgido por el reconocimiento de la comunidad internacional, más por la tan ansiada inserción a la OEA, se ha desplazado hasta allá siguiendo un plan previamente estudiado a manera de guión de cine, en la que la identidad del director sigue siendo una incógnita. Por sentido común, debemos concluir que existen fuerzas poderosas que están manejando los hilos conductores de los personajes ahí presentes, todos con un interés insospechado en el asunto, unos más, unos menos. La cuestión es descubrir cuáles son los objetivos políticos de cada uno de ellos y cuál es ese interés particular en la trama.

La determinación del presidente hondureño para apaciguar los ánimos y la animadversión de la izquierda internacional, es firme y contundente. El fin es claro, pero los medios son desconcertantes. Rayan un poco en la deshonra y en la sumisión, pero el público debe entender lo ahí se juega. Lobo Sosa ha ido al centro del brasero, desde luego en calidad de invitado, de lo contrario, un acercamiento con Chávez sería algo impensable. De paso, mata dos pájaros de un solo tiro: se reconcilia con el coronel y el resto de gobernantes que siguen la línea de éste y logra, como consecuencia, el reconocimiento internacional, sueño dorado del mandatario hondureño. Se supone que en diplomacia, una jugada debe revestirse del clásico “ganar-ganar”, es decir, nadie pierde y todos ganan: Lobo Sosa alcanza un objetivo y, a cambio, tiene que ceder una presea apetecida por Chávez –otra para Santos y para quienes están detrás de ellos-, necesaria para su estrategia geopolítica en el continente: “No hay almuerzos gratis” dicen los gringos.


Si los EEUU estuviesen detrás del acto, el nudo se vuelve más gordiano. Acusado por Zelaya y sus huestes, de haber perpetrado su salida aquel 28 de junio, el gobierno de Obama sigue en la picota de la izquierda hondureña, incriminado también por propiciar el liderazgo de Santos y de solidificar el régimen hondureño, todavía no reconocido por este sector de oposición política. El interés de los EEUU podría tratarse de un limado de asperezas en la que Santos jugará un papel más pacificador con Caracas del que gozaba su antecesor Álvaro Uribe. A cambio, Colombia recibe con beneplácito la reactivación del TLC, aplazada por Washington desde el 2006 por aspectos de violación a los derechos de los trabajadores. Y por otro lado, los EEUU necesitan acrecentar un tanto, la influencia perdida en el continente desde hace algunos años. ¿Quién mejor que Santos para eso? Uribe es historia, e historia llena de discordia con Chávez; una discrepancia que a su vez distanciaba las relaciones Washington-Caracas.

Saquemos conclusiones: Lobo ha convencido a Chávez de que todos los puntos en querella desde aquel 28 de junio, han sido resueltos, incluyendo los cuatro temas que exige Zelaya. Chávez sabe que ha abierto un desfiladero por dónde penetrar al país y volver por los fueros políticos –recuerde que éste tiene como sueño suplantar a la OEA por un organismo más afín a su ideario socialista-, pero ha dividido las opiniones: unos apoyan la iniciativa y otros no: habrá que ver cómo la resuelven.

En la confusión que el público no termina de entender, Lobo dio un gigantesco paso para su legitimación, viendo en las reformas al artículo 5 una competencia que puede ganar legalmente a pura consulta popular: ¿No es esto lo que quería Zelaya, pues? El único obstáculo para las pretensiones de Lobo Sosa es la decisión de una CSJ cada vez más acorralada y cada vez más sola -quizás, el último bastión de firmeza legal en el asunto de Zelaya-, sin más apoyo que la opinión pública que se opone a los arreglos de tipo político, cosa tan natural en nuestro país.

Estas jugadas confusas en apariencia dividen las opiniones; enturbian el panorama para que los actores sociales puedan tomar sus decisiones sobre el futuro económico y político y, desde luego, atomizan los razonamientos de un público que se encuentra cada vez más enredado en los líos que propician los políticos para alcanzar sus objetivos de poder. En el fondo, la gente no sabe qué es lo que se juega con todo esto, ni puede clarificar los escenarios donde se resolverán los acuerdos diplomáticos y políticos para salir de la crisis. Y en política, la confusión, genera ganancia.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

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