Las cúpulas de los partidos políticos están agotadas; esto no es de hoy, los analistas lo han venido señalando desde hace muchos años.
El agotamiento de unas ya lleva una centuria, el de otras apenas unas décadas; pero sea cual haya sido el papel de regalo con que han venido envolviendo su impudicia: liberalismo social, humanismo cristiano, democracia social o socialismo liberal, a estas alturas ya no se puede ocultar la realidad de su legado: un país de finanzas desastrosas, carcomido por la corrupción, ofrecido con indignidad al mejor postor en el mercado de las inversiones inciertas, con un enorme porcentaje de familias al borde de la inanición.
La gran pregunta es por qué estos grupos con todo ese fardo de desdichas sobre sus espaldas, ganan las elecciones cuatrienio tras cuatrienio; las respuestas son tres: una, la mercadotecnia transnacionalizada, vacía de compromisos sociales y morales, en su enorme capacidad para vender productos malos, embota la capacidad reflexiva de los electores; otra, esas cúpulas son el elemento a través del cual los grupos plutocráticos gobiernan el país y esto supone financiamiento abundante para manosear y retorcer la voluntad popular; una tercera: la inexistencia de una alternativa electoral democrática-revolucionaria.
A medida que el tiempo pasa y que la crisis moral se hace más aguda, los gobiernos que van llegando son peores que los anteriores, y mientras los procesos de reforma social no avancen la tendencia es que las cúpulas partidarias agudicen su descomposición dando a luz equipos de gobierno cada vez más desvalorados.
El gobierno actual no puede ser más desastroso, el presidente anda por aquí y por allá dando palos de ciego; sin saber qué hacer, en el colmo de la improvisación, se engancha en cualquier proyecto que le ofrezcan los vendedores de ilusiones; promete hoy lo que negará mañana mientras su credibilidad cae, el déficit fiscal se agranda, la ingobernabilidad cunde, la sociedad se desespera y el desasosiego paraliza las energías vitales de la nación.
Desde el Poder Legislativo las cosas no andan mejor, su titular salta, habla, gesticula, promete; la confusión de sus ideas es ya pintoresca; impulsa programas que corresponden al Poder Ejecutivo, introduce proyectos sin los consensos básicos; con el presidente y las bancadas de todos los partidos hacen un coro trágico que entrampa más los aprietos que vive el país porque, aunque lo niegue, anda en plena campaña electoral con recursos del Congreso.
¿No es esto acaso una muestra del agotamiento político, moral y cultural de las cúpulas partidarias?
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