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jueves, 2 de diciembre de 2010

El camino equivocado por Héctor A. Martínez

Poco a poco, la fuerza política agrupada en torno a la figura del expresidente Zelaya ha comenzado a debilitarse, lo cual resulta ser una verdadera desdicha si tomamos en cuenta que el movimiento político pudo haberse constituido en una corriente de insospechados alcances históricos en la búsqueda de un cambio social. Sin embargo hemos sido testigos de cómo la ambición trabaja como dice el tango arrabalero de Lepera.

La disminución del movimiento de izquierdas que había fusionado graníticamente a un bloque de mancillados hondureños que gozaban de los estipendios del poder zelayista, se debió a diferentes causas, normales en este tipo de contiendas en donde los más vivarachos asumen el control de los levantamientos y los más furibundos quijotes, se van quedando a la zaga y en el olvido. Una vez que ha comenzado a esclarecerse el panorama político, los primeros rayos del sol van dejando al descubierto las profundas grietas ideológicas que atomizan al movimiento en rebelión, producto de las diferentes posturas que les ha impedido articularse en un andamio irrompible, llámese plataforma o “frente amplio”. Los antecedentes nos indican que en Honduras, la izquierda ha carecido de la capacidad conciliadora para fundir la multiplicidad de tendencias y para provocar simpatías.


Al inicio cundió el entusiasmo revolucionario al que muchos se apegaron enardecidos, como es natural en los momentos en que la izquierda asume que la moral está de su lado. Ese momento resultó ser poco reflexivo y carente de análisis para la toma de decisiones o para ejecutar acciones, como habría dicho Gramsci; en principio, porque a pesar del patrocinio chavista al movimiento, nadie, fuera de la realidad hondureña podía indicar el camino a seguir en la estrategia o en el programa de la toma del poder. Y a pesar de la larga trayectoria militante de algunos revolucionarios de renombre, ningún líder de la resistencia propuso una maniobra efectiva, de no ser por las instrucciones que dictaban la siembra del caos y la anarquía.


Dentro del panorama nacional se podían distinguir claramente dos facetas amotinadas: la liberal en resistencia integrada por políticos tradicionales con un pensamiento ciertamente innovador; y la resistencia extrema, integrada por los dirigentes agremiados a los sindicatos laborales y educativos –con una armazón evangelizadora de teóricos y “pensadores” caducos -, cuyo idealismo, acaso romántico, acaso anárquico, sugería una toma rápida del poder, aprovechando la confusión y el “lobby” de los diplomáticos en resistencia, poco o nada efectivos.

Ese “blitzkrieg” político, una vez fallido, exigió el traspaso a otra etapa más templada y juiciosa que abriría el camino a la escisión de cada facción en revuelta. Además de eso, la confrontación con el establishment no ha dejado de ser un hueso duro de roer. El sistema tiene sus propios mecanismos de defensa y quien se justiprecie en hacer cambios profundos, deberá pagar un costo bastante alto. Sin duda que la postura estratégica de los liberales en resistencia es mucho más inteligente que la de los radicales “rossoneri”, aunque con menos posibilidades de éxito a corto plazo, dentro del sistema bipartidista domeñado por burócratas y empresarios que han hecho del partido su feudo exclusivo. O a lo mejor apuestan por lo que Gramsci llamó “una revolución pasiva” cuando diferentes sectores sin importar su credo ideológico, se aventuren por los cambios profundos del sistema esperando que la fruta caiga por su peso. La construcción de una nueva fase histórica, no requiere de la utilización de máximas revolucionarias ni de enfrentamientos belicistas, como en el caso del Bajo Aguán, cuya trascendencia y significado no evidencia sino, la confusión que el catalejo y el prisma ideológico les ofrece a los ideólogos izquierdistas para que diseñen su estrategia cortoplacista. Insistir en las estrategias revolucionarias, desdeñando el siglo en el que vivimos es propiciar la derrota inminente en el plano político: no se puede ignorar que el progresismo no es enemigo del liberalismo económico sino, su par complementario.


Lastimosamente la propuesta de la izquierda no concuerda con los nuevos tiempos: los burócratas unificados en la resistencia liberal, siguen su patrón tradicional y la propuesta “novedosa” es apenas un mascullo que no expresa nada en torno a una constituyente y al retorno del icono de la revolución hondureña, es decir, el de Manuel Zelaya, “conditio sine qua non” para el restablecimiento de la democracia en Honduras. El único camino que le resta a la izquierda dogmática es aferrarse a la propuesta liberal y diluirse en la mixtura del sistema bipartidista hondureño, tragándose su propio orgullo y aceptando el presente con madurez y claridad. Y cuando se convierta en esa izquierda innovadora, esterilizada de slogans marxistoides dueña de un discurso pletórico de libertades y de respeto por la diversidad de opiniones y modos de pensar, “otro gallo cantará”.

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