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jueves, 5 de agosto de 2010

El pecado del golpe por Aníbal Delagado Fiallos

Caro estamos pagando el pecado del golpe de Estado. Recuerdo que en los días subsiguientes “reconocidos analistas” minimizaron sus consecuencias, anunciaron que la protesta popular no pasaría de una semana, que los protagonistas no serían más que los de siempre y que pronto vendría la calma.

No se daban cuenta que el mundo vivía etapas nuevas, que los principios de la democracia ya no eran simples enunciados teóricos y que si en décadas anteriores los golpes de Estado ya eran considerados una anomalía perversa a estas alturas eran más que eso: una vulgaridad que nadie estaba dispuesto a aceptar.

No se daban cuenta que la sociedad de hoy es la sociedad de la información; que a través de minúsculos aparatos que contienen la alta potencialidad del transistor se movilizan masas en segundos de continentes a continentes y que ya nadie ignora lo que ocurre en los confines del mundo.

Los pueblos de inmediato condenaron la acción golpista, siguió la acción de los gobiernos a través de la OEA; la primera, la de los pueblos, auténtica, transparente; la segunda, la de los gobiernos, con el cálculo de alguien que piensa que si no hace nada le puede ocurrir lo mismo, y en este marco Honduras sufrió el duro castigo del aislamiento económico y político.

El castigo a los autores del golpe es legítimo, cuanto más fuerte más ejemplarizante, pero, ¿y el castigo a nuestro pueblo? A partir de entonces el pueblo hondureño comenzó a pagar un pecado que no había cometido: limitación de recursos para la cuestión social, cierre de empleos, restricción de medios para la inversión pública.

Honduras es una economía básicamente dependiente; un adarme de recursos que se le nieguen hace caer en picada la economía y si a esto se agrega la situación lamentable en que el despilfarro y la corrupción habían ubicado las finanzas públicas en los últimos años, aparecía un cuadro desolador.

Ahora ya es suficiente con Honduras, si algo de justicia internacional existe, deben restablecérsele los niveles de cooperación, y aunque sea difícil separar con toda nitidez los intereses mercantiles que provocaron el golpe con los del pueblo, por la naturaleza contradictoria y anárquica del sistema económico, habría que partir del punto donde menos se afecte la equidad. Deberíamos estar avanzando hacia la estructuración de un nuevo sistema interamericano, donde el órgano fundamental del mismo represente a los pueblos más que a los gobiernos; allí podrán delinearse sanciones ejemplarizantes para quienes atropellen los principios de la democracia, sin que las mayorías empobrecidas paguen los platos rotos.

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