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domingo, 25 de julio de 2010

Lobo cercado por empresarios y políticos golpistas Tegucigalpa. porCarlos Eduardo Fernández

Hace unos meses, Honduras tenía tres presidentes. Porfirio Lobo, recién electo; Manuel Zelaya, encerrado en la embajada de Brasil, y Roberto Micheletti, el mandatario golpista, apurando el saqueo de las empobrecidas arcas del Estado. Hoy no tiene ninguno.
Porfirio Lobo lleva más de seis meses en el cargo pero su gobierno no ha comenzado, dice Víctor Meza, quien fuera ministro de Gobernación con Zelaya.

Desde fines de enero, Lobo administra, a tropezones, una extensión de la crisis política desatada por el golpe de Estado.

Aunque afuera vende todo lo contrario, no consiguió constituir el gobierno de unidad y reconciliación, sobre todo porque una parte del país, con el Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP) a la cabeza, no le reconoce legitimidad.

Cercado por empresarios y políticos que organizaron el golpe de Estado y al frente de un gobierno más que pobre, Lobo ha ejercido una política pendular, de mucha cautela, tanta que parece temor, define Meza.

–¿A poco le tiene miedo a la resistencia popular?

–No, le tiene miedo a los golpistas, pero el mismo es culpable de tenerlos dentro de su gobierno. ¿Por qué nombrar a ese señor Romeo Velásquez (el general que dirigió el golpe de Estado) en un cargo importante y al mismo tiempo favorecer un acuerdo que beneficia a centenares de familias campesinas? Es decir, hacer un gesto a la izquierda y una concesión lamentable a la derecha, en su afán, aparentemente, de ponerse en un centro, que le permita moverse con cierta libertad, pero que resulta medio gelatinoso. Y, por lo visto, no le está dando resultado. Su gobierno ha sobrepasado los seis meses pero parece que no ha iniciado”.

Partícipe de las negociaciones que buscan el retorno de Zelaya, Meza sostiene que Lobo no ha mostrado ninguna iniciativa real de gobernante, no se le ve ninguna acción que tienda a salir de esta prolongada crisis. Como estarán las cosas que en este momento la estabilidad del país depende de que retorne Zelaya.

Golpistas, aún en el poder

Ciertamente, Lobo ha dedicado buena parte de su tiempo a tratar de que el ex presidente Zelaya regrese a Honduras. Ofreció incluso ir por él personalmente, aunque luego, presionado, retiró la oferta. Aunque le urge que vuelva, cada vez que coquetea con la idea de que la solución a la crisis política hondureña pasa por el retorno del ex presidente, los sectores duros del golpismo -que no salieron del poder con el ex presidente de facto Roberto Micheletti- pelan los dientes y amenazan con mover sus piezas en la fiscalía, en la Corte Suprema o en las fuerzas armadas.

Lobo vuelve apretar, aunque no mucho, lo que ya va haciendo un retrato del suyo como un gobierno de estira y afloja frente a las dos principales fuerzas de la confrontación: la ultraderecha que se quitó la máscara con el golpe de Estado y la resistencia (dividida en popular y zelayista) que sigue sin reconocer la legitimidad del presidente.

En su búsqueda de lograr el pleno reconocimiento de la comunidad internacional, Lobo ha enviado algunos guiños como la creación de una comisión presidencial para los derechos humanos, en contraposición al comisionado gubernamental, Ramón Custodio, quien se alineó con el golpe de Estado.

Igualmente, promovió un acuerdo que, de concretarse, equivaldría a la mayor dotación de tierras a familias campesinas, en la zona del Bajo Aguán, entrando en choque con el terrateniente Miguel Facussé, uno de los políticos-empresarios más poderosos del país centroamericano. En esa misma línea, ha evitado una confrontación de fondo con las poderosas organizaciones magisteriales. Hace algunas semanas, por ejemplo, consiguió que maestros despedidos levantaran su huelga de hambre.

La voluntad, claro, no es suficiente. El gobierno de Lobo hace agua en el ya clásico axioma: Es el dinero, estúpido.

Más que continuidad

La falta de pleno reconocimiento de la comunidad internacional va de la mano de un déficit fiscal equivalente a 6 por ciento del producto interno bruto, que sufre aún cortes en la cooperación internacional (cooperación que significa más de la mitad del presupuesto social) y padece una violencia que le da el campeonato centroamericano.

(Honduras tiene) una deuda interna y flotante superior a los mil millones de dólares, un desempleo rampante y una estructura productiva desestimulada por las incertidumbres políticas. La frase no la dice un opositor de Lobo, sino su embajador en Estados Unidos, José Ramón Hernández Alcerro.

Con esos datos, el diplomático confirma lo que dicen los analistas: pronto, las cuentas del gobierno serán impagables, y con ello crecerán los conflictos sociales. Por ejemplo, cuando el gobierno de Lobo no pueda sostener las obligaciones contractuales con los maestros ni atender el precario sistema de salud que enfrenta una emergencia nacional por el dengue.

Es la herencia de Micheletti. A falta de recursos del exterior, el gobierno golpista hizo crecer en 80 por ciento el endeudamiento interno. Por eso no extraña que en medio del cierre de negocios y crisis generalizada de empresas, los únicos sectores que la libran son la banca, los seguros y la telefonía.

Estamos frente a una calamidad, el Estado vive al día, dice el analista Gustavo Irías.

Para éste, Lobo representa, simultáneamente, la continuidad del pacto de elites y a un sector que participó del golpe de Estado pero que trata de sacar lecciones de la crisis y de impulsar reformas de centroderecha coincidentes con las aspiraciones estadounidenses.

Reformas tímidas, vaya, y que no tocan el modelo económico ni el político bipartidista instaurado con la Constitución de 1982. Pero al fin reformas que se topan con la ultraderecha que se fortaleció y se convirtió en un factor gracias a que no se consiguió la restitución del presidente Zelaya.

Lobo se queja de estar bajo dos fuegos. A nosotros nos ha pedido que le bajemos, reconoce el líder del FNRP, Rafael Alegría, quien apenas hace un par de días salió del hospital, donde cayó víctima de la epidemia de dengue.

El FNRP, sin embargo, mantiene la posición de no reconocer como legítima la presidencia de Lobo, tanto porque lo considera parte de la conspiración que echó del poder a Zelaya como porque fue electo en un proceso realizado bajo un gobierno de facto.

Frente a ese escenario, Meza destaca la paradoja: los empresarios golpistas le reprochan a Porfirio Lobo no ser la continuidad de Micheletti, mientras los núcleos más duros de la resistencia le reprochan ser esa continuidad. Ni con unos ni con otros, Meza define: “Más que una continuidad del golpe, Pepe Lobo aparece como una de sus lamentables consecuencias”.

Pese a que no lo reconocen, los líderes de la resistencia no han conspirado contra Lobo, como sí lo han hecho, según denunció él mismo a principios de junio pasado.

Lobo no hizo si advertir que sabía de reuniones en las cuales se conspiraba para darle la misma medicina que a Zelaya. Según fuentes del Partido Liberal, en las tertulias participaban militares, empresarios y políticos, entre éstos el ex presidente Ricardo Maduro y el diputado Rodolfo Irías Nava, uno de los más influyentes del partido oficial.

Fue una broma del presidente, chacoteó Irías Nava. Yo no bromeó con los temas de Estado, le respondió Lobo en los medios.

–¿Son gente de su mismo partido?– le preguntaron los reporteros.

–Son tutti fruttis lo que hay allí.

Tuttifrutti, dicen los que saben de política hondureña, es el apodo de Enrique Ortez Colíndrez, el canciller de Micheletti que se hizo mundialmente famoso cuando dijo que Barack Obama era "un negrito del batey que no sabe nada".

–Y con todo lo que ha pasado, ¿a poco de verdad hay un grupo dispuesto a repetir un golpe?

Meza no duda: En la realidad hondureña nunca hay que descartar la variable de la estupidez.

La Jornada (México). | 17 julio de 2010

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