«Aquí no se ha producido un golpe», dijo Micheletti, pero el resto del mundo no vió igual el secuestro y expulsión del presidente Zelaya, en un país que aún no ha recuperado la normalidad
«Aquí no se ha producido un golpe de Estado, sino una sucesión constitucional. Las Fuerzas Armadas han cumplido una orden de los tribunales ante la comisión de un delito». Así calificó Roberto Micheletti la decisión de secuestrar y expulsar de Honduras al presidente legítimo, Manuel Zelaya, hace hoy justo un año. El resto del mundo no lo vio igual: organismos internacionales y presidentes del Gobierno de diferentes países condenaron de inmediato el «golpe militar» perpetrado.
Obama «pidió respeto a las normas democráticas» y calificaba el golpe de «ilegal», mientras que Zapatero exigió «la inmediata reposición de Zelaya». El presidente de la Unión Europea, Jan Kohout, calificó el hecho de «violación inaceptable del orden constitucional» y Chávez, por su parte, dijo: «No podemos ceder ante los gorilas, no podemos permitir que vuelva el gorilato».
Expulsado de madrugada «en pijama»
La madrugada del 29 de junio, un grupo de soldados irrumpía en la residencia del Zelaya y, tras producirse un forcejeo con la guardia personal del presidente, fue conducido, «en pijama y sin calcetines», a una base aérea y conducido después a Costa Rica.
A su llegada, Zelaya anunciaba, aún «con mucho miedo», que había sufrido un «secuestro». «Entraron a balazos en el palacio y mis guardaespaldas aguantaron veinte minutos», contó.
Las radios fueron silenciadas y el transporte público y el suministro eléctrico suspendido
En Tegucigalpa, las emisiones de radio fueron silenciadas, el transporte público y el suministro eléctrico suspendido, y el ejército tomaba los puntos estratégicos de la ciudad, aunque a algún canal de televisión le dio tiempo de informar sobre la detención de Zelaya e, incluso, convocar a una manifestación ante la Casa Presidencial.
Cientos de personas se congregaban rápidamente al grito de «¡Queremos a “Mel”!», como se refieren a Zelaya, y pronto hicieron acto de presencia los palos y varios neumáticos… pero Zelaya sigue en el exilio.
Las heridas siguen abiertas
Un año después del golpe de Estado con el que Micheletti asumió el cargo de presidente interino hasta le elecciones y seis meses después de que Porfirio Lobo fuera elegido presidente en unos comicios que Zelaya calificó de «ilegales», la normalidad no parece terminar de llegar.
Las heridas permanecen abiertas en una sociedad polarizada con continuos enfrentamientos: la derecha conservadora critica a Lobo por hacer concesiones al «zelayismo», mientras que los seguidores de Zelaya acusan a Lobo de no parar las continuas violaciones de derechos humanos en Honduras.
La Comisión Iberoamericana de Derechos Humanos (CIDH) sigue denunciando este hecho y asegura, además, que si Zelaya regresara al país, no se le garantizaría un juicio imparcial.
Micheletti: «No me voy a arrepentir de nada de lo que sucedió»
Por otro lado, Hondoras, sigue sumido en una profunda crisis social e institucional, con una tasa de desempleo superior al 40 %, una emigración constante hacia Estados Unidos, una falta de inversión extranjera y un aislamiento internacional que se manifiesta, por ejemplo, en un más que improbable, de momento, regreso a la Organización de Estados Americanos.
El Micheletti, el «Judas Iscariote hondureño», como le define Zelaya, reconoció ayer a EFE que Honduras no ha recuperado la «armonía»: «Estoy preocupado, porque pese a que el país ha restablecido relaciones con varios países, falta la armonía que se vivía anteriormente, la situación no se ha normalizado, hay un ambiente de incertidumbre».
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